lunes, septiembre 01, 2008

El cuento interrumpido

"¡Noo!, no mires al mueble que mi muñeca está calata"
(Luciana, 4 años. Y mi muñeca eres tú)

Conversando con una amistad de la Argentina me pregunta: ¿Cómo va lo del blog?. Le digo que todavía en julio lo empezaré y no le cuento más. Ella no sabe que será participe del comienzo de este post.

Mi madre sale del cuarto algo furiosa porque Luciana no quiere subir a la cama a dormirse ––duerme en el colchón de arriba del camarote––, así que dejo un rato el ordenador y voy hacia por ella.

La encuentro ya arriba y me asusto cuando veo a Romina al costado de la cama y de pie, pensé que ya se había ido a estudiar a la otra casa porque no sentía sus pasos hace rato o porque me era difícil creer que se bañaba a esas horas de la noche ––como lo hacía cuando se iba a sus tonos, previo llanto descontrolado por pedir permiso–– así que me asuste al verla ––pero no por esa broma tonta: ¡ay! que fea eres me asustas–– sino porque soy asustadizo siempre, con cualquier cosa. Si en la calle alguien me pasa la voz me asusto, si me piden una dirección me asusto, me piden la hora y me asusto, la chica más grande de la universidad me asustaba todo el primer ciclo ––ahora ya no, la amenazo con darle besos comprometedores y listo––. Me encierro en mí y cuando alguien me interrumpe de estar conmigo me asusto, me siento desamparado sin mí al volver a los demás. Esa cosa tan arjoniana es una forma decorosa de decir que soy un tonto.


-¿Quieres que te cuente un cuento? –– me ofrecí ––.
-Siii, el cuento del conejo Rabito que tiene una amiga Luciana y otro amigo Aleps (Alexander) como como como….
-¿Como el niño de arriba?
-Ajá. ¿Y ése me cuentas ya?


Le digo que sí ––pero no es verdad––. El cuento del conejo Rabito lo hizo Marita ––a la sazón, nuestra vecina y mamá de Alexander–– para presentarlo al colegio. Ella lo dibujó y lo escribió de acuerdo a como estaba en un libro que en la casa teníamos. Y, para qué negarlo, me daba cierta rabia no haber sido yo quién lo escribiera, igual que el año pasado cuando presentamos un cuento que trataba de Vladi, la niña que estaba dibujada en el biberón de Luciana y que era desde antes de escribir el cuento del 2007 la amiga imaginaria de Lu. Vladi la acompañaba sólo cuando tomaba su leche. En honor a la verdad, era mi amiga imaginaria porque yo era el que le hablaba mientras Luciana tomaba con pausas continuadas su leche Bella Holandesa o Gloria. No iba tener mucho tiempo para escribirlo así que mi madre fue sabia en encargarlo para que lo haga Marita “la gritona” y presentarlo como nuestro cuento del 2008. En definitiva, no quería contarle el cuento de Rabito por el motivo ya expuesto y porque sólo recordaba que un personaje se perdía y lo rescataban, un argumento algo tonto.
Le digo a Luciana que tenía que apagar el ordenador y luego de eso volvía para contarle el cuento. Lo que es una mentira porque lo que iba hacer era buscar un cuento, en la red, qué contarle. Como ya conozco otro noble blog, destinado a la difusión de resúmenes de cuentos para niños, no me fue difícil encontrarlo. Se llamaba "Hadabruja" y trataba de un hada que le gustaba comportarse como bruja tanto así que se fue a vivir con ellas. El cuento dejaba la enseñanza de que no podemos esperar que porque tú naciste hada, niña linda o engreída, tienes que comportarte como tal y cerrar tu campo de acción a lo que hace un hada. Que no hay que tenerle miedo a la antítesis de un hada, una bruja, por el solo hecho de ser una negación, ya que esta negación puede reafirmarnos en nuestras convicciones. Además, presten atención al hecho de que un hada se va con las brujas y no una bruja se va con las hadas. Hay que contaminarse para conocerse como hizo esta hada, que si bien rompe con su familia vuelve luego a ellos como una liga que de tanto tensarse se rompe y vuelve con gran violencia al estado pasivo de antes, pero ya no era la misma, ahora estaba marcada por esa ruptura lo que indica que había encontrado una enseñanza. Listo, ya tenía la historia, sólo despedí a mi amiga la estudiante bonaerense sin contarle que me iba donde Lu porque se iba a poner melosona si demoraba más.

Mi madre estaba a punto de acostarse con Luciana ––a sus cuatro años necesita de mamita aun, todavía no alcanza mi record–– pero llegué a tiempo y subí, nos acomodamos, hicimos una caverna con la colcha y antes de apagar la luz negociamos el tema del cuento. Negociación que, cuando recién le empecé a contar los cuentos, hace un par de años, no hacíamos porque era yo el que marcaba la agenda, al fiel estilo del Dictador. Ella, como ya saben, quería "Rabito y su trabuco” y yo quería “Hadabruja”. Lejos de imponerle mi deseo sólo tenía que manipularla con el viejo truco de soltarle un pasaje misterioso/curioso del cuento venidero para atraparla y que ahora ella misma me pidiera Yaaa, Hadabruja. Le había dicho que se trataba de un hada que se iba a vivir con las brujas, nada más, así de simple, a los niños de 4, o menos, o un poco más, con un mísero bocado se los convence. ¿No lo han intentado? Vamos, háganlo. Se siente rico. Nada de griteríos absurdos ni otras tretas de ese calibre.

Cuando se apagó la luz, apenas mencioné la palabra “bruja” Luciana se asusto y dijo no no no ya no. Le dije que no se preocupara y la abracé. Fue algo así:

Erase un día, en un lugar más cercano del que podemos imaginar, una niña llamada Lucienne descubrió, a los cuatro años, que era un hada porque su mamá-hada le dijo que su abuela y su abuelo, sus hermanas y hermanos, sus tías y tíos y toda su familia era de hadas. Pero a Lucienne no le gustaba lo que hacían las hadas, no le gustaba crear vestidos que se acababan con las doce campanadas, ni convertir calabazas en majestuosos carruajes, no le gustaba ponerle piernas a la sirenita y no le gustaba la idea de que le impusieran una ahijada cuando creciera. Lo que sí, le gustaba jugar con arañas e insectos y usar las escobas para volar era su deporte favorito, además de preparar sopas en recipientes grandes que muchos llamaban pócimas o brebajes.

Hasta aquí, Lu me escucho volteada, mirando la pared, y cuando quiso volver su mirada hacia mí, dio un giro rápido con impulso que parecía violento ––aprendido en la calle, el colegio o la casa–– casi se descarga sobre mí ya que se cuadró inmediatamente como para darme un golpe seco con el antebrazo en el rostro, cual boxeadora que practica durante los veranos en el estadio nacional las tácticas para lisiar a los chicos de la playa que no le harán caso por temor a sus ganchos (pero a nada más). Algo la detuvo en seco, será que siempre, cuando me golpea, yo me quejo airadamente ––la última vez fue cuando arruinó la decoración que había hecho a mi escritorio–– y ahora por fin tuvo un poco de consideración con las dolencias que me causa, en el alma, un golpe suyo. Ojalá haya sido eso. Luego de las risas que soltamos en el momento continué…
Así que Lucienne decidió irse del País de las Hadas. Una mañana tomó el micro que la llevó al paradero de buses. Ya en el bus, cruzó las montañas hasta llegar al País de las Brujas. Cuando bajó, cuatro brujas viejas le preguntaron a quién buscaba y Lucienne les dijo que buscaba a la bruja Vladi. A la bruja Vladi la conocía del colegio. Las brujas viejas le dijeron que tenía que irse a la torre que estaba en el centro de esa ciudad oscura y al costado del río. Como Lucienne no conocía el centro de la ciudad tuvo que caminar por la orilla del río hasta ver una torre. Cuando llegó, tocó la puerta y salió Vladi por la ventana pero como estaba por encima de las nubes, y la torre no contaba con ascensores, tuvo que recoger a Lucienne con su escoba mágica. Bajó hasta el primer piso.

Ahora Luciana, encrespada sobre mí, me cogió de los hombros con sus manitas y con una burla dibujada en el rostro por lo que estaba pasando, entrompó los labios e infló algo parecido a un chicle de burbujas. A continuación, en menos segundos de los que utilizaría Adriana Zubiate para dar una vuelta, yo, que no me había dado mucha cuenta de la sustancia babosa que se me venía en lo profundo de esa oscuridad, fui embadurnado con una mácula adiposa que parecía haber sido germinada durante años. Así, totalmente eclipsado por las babas del diablo, que es mi hermana, y harto de sus interrupciones, alcancé a proferir la frase: ¡Oye! ¡Tú no me respetas!

Hubo un silencio de pocos segundos. Luciana se burló de mi reacción y yo la seguí como admitiendo la escena un poco exaltada en la que acababa de actuar. Porque eso sentí, luego que Luciana festejara la forma en que me irrité: un actorcillo de las pelotas, un bailarín mal instruido de Bailando por un Sueño.

Por mucho tiempo, Lucienne y Vladi, se divirtieron en esa torre de brujas que estaba por encima de las nubes. Pero, cada noche, antes de dormir, Lucienne observaba las estrellas que colgaban del cielo, cerca a su antiguo mundo de las hadas. Lucienne extrañaba a su familia, no aguantó y decidió volver con ella. Luego de todo ese tiempo, ¿cómo la recibiría su mamá? Cuando bajó del bus, lo primero que vio fue…

Sentí un nuevo sonido que pululaba en el ambiente de la habitación. La miré y ya se había dormido. Ahora me acompañaban sus apacibles ronquidos voladores. Supe que era la última interrupción de la noche.


Galería de video: "Un lugar en tu almohada" de Jorge Drexler. Es la versión mejorada y melódica de lo que quise contar.



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