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lunes, noviembre 17, 2008

El cuento fallido



Corría el año 2007. Luciana todavía estaba descubriendo la vida colegial en la sección Tesoritos del nido Jesús de Praga. Del colegio llegaron las instrucciones: "hacer un cuento original de seis hojas y que el niño(a) lo aprenda porque lo va contar a sus amiguitos(as)". Mi buena amiga Chinti Inti me advirtió que era imposible que una niña, a los tres años, interiorizara tamaño discurso. Yo le decía que no era tanto un discurso para paporretearse, sino que una narración que, yo pensaba, Luciana aprendería facilito porque, casi, lo había vivido.

Yo no soy bueno para crear mundos real-maravillosos pero no quedaba de otra. Por fortuna, desde meses atrás, había venido alimentando un personaje que no pensé que me salvaría para inventar este cuento: Vladimira. Tal vez muchos rastreen pistas sobre cierto momento de la historia reciente del Perú, es menester advertir que eso no da cuenta de mis tendencias políticas, si se puede decir así (o si es que las tengo), ni de alguna apología trasnochada. 

Tal vez debiera cambiar algunas palabras o infidencias pero sería traicionar eso que escribí, que ya no cambiará.

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Personajes:

Vladimira

Luciana

Papa Montesinos

Doctora Dávila

Mama Higuchi

Hermana Keyka

Hermano Kenyo

Tío Abimael

 

Introducción a una Linda Historia:

Tienes que dormir Vladi, antes de que llegue mi mamá –piensa Luciana-.

Ella está acostada tomando la leche del biberón, el cual no ha querido soltar desde que se lo regalaron en la segunda Navidad que festejó junto a sus padres, tíos, primos e incluso, junto a sus sobrinos queridos. Luciana tiene tres años, va al cole y comparte un secreto con su hermano de diecisiete. Él, que quiere ser escritor, inventa historias, aunque con poco éxito, para entretener a su hermana cada vez que ella está a punto de dejar de sonreír. A pesar de todo, logró crearle una amiga inseparable a su hermana menor; y ese es el secreto que comparten y guardan celosamente a su madre.

Vladimira es la compañera ideal que inventó el hermano de Luciana. Vladi vive en su biberón, el cual toma tres veces al día sin falta, si es que no se entretiene con Barney en la tele.

Luciana no quiere que su madre se entere que, cada vez que tiene su rico biberón, habla con “Vladi”, como cariñosamene se refiere a la amiga de, posiblemente, toda su vida infantil. Pero tampoco quiere que su hermano se dé cuenta que conoce más a Vladimira de lo que él puede creer; pues Luciana ha llegado a visitar la casa de Vladimira, ha conocido a su familia, se ha entretenido con los juguetes de ella, e incluso Vladimira está en su mismo salón de clases. Comparten sus vidas más allá del sabroso ritual de tomar leche. 

Cada mañana que Luciana se levantaba temprano para ir al colegio, tomaba el desayuno junto a sus hermanos, pero estos, que lo hacían somnolientos pues dormían poco por hacer trabajos de la universidad, no llegaban lúcidos a las 8.15 para despedirla.  Se levantaban, comían y volvían a dormir para esperar sus clases de la tarde. Por esto, Luciana encontraba minutos de lácteas conversaciones con Vladimira antes de partir al colegio. Hasta que llegó un día feriado por algunas celebraciones de importancia para su nido.

Aquel día tuvieron más tiempo en la mañana y Vladimira le reveló a Luciana su verdadera forma. Dejó de ser un simple dibujo en el biberón o, mejor dicho, Luciana dejó la realidad para entrar en una nueva casa gigante, en un lugar similar al país de los cuentos de Disney. Luciana podía observar coloridas flores y traviesas mascotas que se derramaban por toda la casa que en verdad parecía un palacio. 

Dos niñas de poco más de tres años se paseaban por los inmensos pastizales llenos de mascotas y flores variopintas. Pero de todos los animales, para Vladimira, resaltaban tres especialmente. Se trataba de dos perros y una mariposa. Hueso y Pellejo eran los canes y el bicho alado se llamaba Mariposa.

Estos nuevos tres amigos siguieron a las niñas bajo el suave mando de estas. Llegaron a la alcoba de Vladimira y vaciaron los estantes de juguetes y peluches; desparramaron los rompecabezas y revisaron todos los cuentos que encontraron. Así fue el inicio de la verdadera amistad entre Luciana y Vladimira. A partir de aquí, Luciana visitaría religiosamente a su amiga del biberón. Nadie advertiría la aventura inenarrable que Lu comenzaría porque todos en su familia se habían encerrado en sus, para ellos, ocupadas e importantes vidas, y habían olvidado la fantasía de ser infantes.

Todos en el hogar de Vladimira habían recibido de la mejor manera a Luciana. Los padres de Vladimira eran dos personas simpatiquísimas y la engreían demasiado: Luciana los llamaba señor Montesinos y señora Higuchi. Ellos tenían dos hijos más que estudiaban aun en la secundaria: Kenyo y Keyka. Además vivían con el tío Abimael que amaba a los caballos y pasaba más tiempo alimentándolos y entrenándolos que con la familia.                                    

Vladimira le contaba muchas de sus travesuras a Luciana y unas de las últimas es las que contaré a continuación. 

Cuentos/travesuras de Vladi (o La frontera es tu imaginación)

Una mañana del 16 de setiembre del 2000 el señor Montesinos se encontraba haciendo unas compras en Plaza Vea cuando decidió sentarse por un dolor de estómago. A los pocos minutos, el señor Montesinos fue transportado al hospital en una furiosa ambulancia y fue revisado por la doctora Dávila que le entregó un jarabe, una pastilla y una inyección. Luego, el señor Montesinos llegó más aliviado a su casa y saludo a toda su familia antes de contarles el percance que había tenido. Su familia se comprometió a hacerle recordar las horas en que debía usar esos remedios, incluida Vladi. Sin embargo, esa misma noche, la señora Higuchi olvidó guardar los medicamentos en el botiquín y los dejó en un lugar al que Vladi podía acceder. Y, traviesa y curiosa como solo ella sabe ser, Vladi, los cogió y los llevó a su dormitorio abarrotado de juguetes. Ahí tenía, también, la casita donde dormían Hueso y Pellejo y la jaula de Mariposa. No tuvo mejor idea que repartirle las tres cosas que tenía en su poder a sus tres inseparables mascotas para jugar por última vez en la noche pues al día siguiente tendría que levantarse temprano -porque la movilidad no esperaba mucho tiempo ya que recogía a veinte niños más- para no llegar tarde al colegio, el mismo al que asistía Luciana. A Hueso le tocó el jarabe. La pastilla fue para Pellejo. Mariposa se quedó con la inyección. Jugaron a curarse las heridas un rato hasta que los tres cayeron rendidos en sus camas no sin antes “esconder” sus nuevos juguetes en la casita de madera de los perritos.                                                                                                                             

Al día siguiente, muy temprano, el señor Montesinos tomaba su desayuno y cuando quiso buscar sus medicamentos no los encontró así que despertó a su esposa, a Keyka, a Kenyo y al tío Abimael para que lo ayuden a buscar los remedios tan gentilmente recetados por la doctora Dávila y no despertaron a Vladimira porque era demasiado temprano. Quizás en ese momento les hubiera ayudado pero al no hacerlo extendieron más su búsqueda. Buscaban y buscaban por todos los dormitorios de la inmensa casa, en todos menos en el cuarto de Vladimira, no creyeron que pudieran encontrarse ahí. Y además mamá Higuchi era un poco desmemoriada y no pudo recordar donde los había puesto, aunque no hubiera servido de mucho. Al no encontrar nada, el señor Montesinos decidió visitar de nuevo a la doctora Dávila, que además era amiga d la familia porque había controlado la salud de Kenyo y Keyka cuando estos eran bebitos y ahora lo hacía también con Vladimira (el señor montesinos le tenía mucho agradecimiento) pero esta estaba de vacaciones y las había aprovechado para realizar un viaje larguísimo. Al señor Montesinos no le quedó otra salida que comprar los medicamentos pero en las farmacias le informaron que esas medicinas solo se fabricaban en Asia y la doctora Dávila las tenía porque antes se había dado un paseo por allá. El señor Montesinos sí tuvo otra salida, fue por el aeropuerto y sin avisarle a nadie se marchó a Japón en busca de las medicinas que Vladimira, su princesa, guardaba en el lugar más inimaginable de la casa. Mientras el señor Montesinos estuvo en Japón, Vladimira ya conocía a Luciana que iba a jugar todos los días. Ahora estaban aprendiendo todas las canciones de Barney, Pocoyo, Un mundo grandote, Backyardigans, Lazy Town, Jim de la luna, etc.  Sobre todo la canción de un programa recién estrenado, “Hi5”, que se llamaba “Hay animales”.

Ya se habían aprendido unas cuantas estrofas y cada vez las cantaban mejor. Iban siempre bien acompasadas por Mariposa que con sus giros en el aire les indicaba como iba la canción…

Salto como Pantera / soy fuerte como un león / terco como mula / o un astuto tiburón / Como delfín ir nadando / y ser como Flamenco / planear como Halcón / o correr como un Dingo / Hay animales dentro de mí / dejenlos libres, libres al fin / correr por la selva, volar por ahí / nadando en el mar yo soy muy feliz... /

Y Un día de esos, propicios para acabar con un problema -o con un cuento-, la señora Higuchi (cocinera extraordinaria y deportista en sus ratos libres) estaba limpiando el cuarto de Vladimira cuando de repente encontró las medicinas en la casita donde todavía dormía Hueso, porque Pellejo ya estaba revoloteando en los jardines. Ella sorprendida y feliz llama a su marido a Japón y le cuenta la buena noticia. Este vuelve inmediatamente a Lima, no sin antes pasar por países como China, Alemania, Francia, España, Venezuela, Chile, Brasil, etc. Al llegar habla con Vladimira y sonríen juntos por la tremenda aventura que ella le hizo pasar a su padre, este le agradece porque gracias a su travesura pudo conocer otros países y, aunque la extrañó mucho, su consuelo fue pensar siempre en su familia para la que trajo muchos regalos pues no llegó a comprar las medicinas, felizmente recobradas y que Vladimira no había abierto.

Luciana siguió yendo a la casa de Vladimira hasta que creció y se dio cuenta que por algún motivo ya no podía volver a esos mundos de fantasía que supo visitó toda su vida infantil pero que no le dio mucha pena abandonar pues Vladimira revivía cada vez que Luciana abría cualquier libro de aventuras y también en los que Vladi le había regalado.

Al día siguiente Luciana salió apurada de su casa porque faltaban cinco minutos para que se le haga tarde y no quería faltar a la primera formación del año pues empezaba el sexto grado de primaria.

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Las "seis hojas" que nos pidieron debían ser rellenadas con letra tamaño 72 y debían tener un argumento simple. No hacía falta el cuento largo que han leído (que has leído, Lu) así que se quedó en mi archivo, fue un cuento fallido, pero no fallecido. El cuento que al final presentamos fue un resumen apretujado de ese "viaje" que hizo Luxi (en mi mente) a la casa de Vladi. A propósito, una mañana que ya olvidé, el biberón-Vladi se resbaló de las manos prensiles de Luciana, cayó ruidosamente al suelo y las seis onzas de leche le dieron el peso suficiente para que reviente sin problemas. Me dió mucha pena verla luego en el tacho de basura.

Esta canción "inédita" fue la que dió titulo al resumen que presentamos al colegio. Es de Alejandro Sanz: La frontera es tu imaginación.

lunes, septiembre 01, 2008

El cuento interrumpido

"¡Noo!, no mires al mueble que mi muñeca está calata"
(Luciana, 4 años. Y mi muñeca eres tú)

Conversando con una amistad de la Argentina me pregunta: ¿Cómo va lo del blog?. Le digo que todavía en julio lo empezaré y no le cuento más. Ella no sabe que será participe del comienzo de este post.

Mi madre sale del cuarto algo furiosa porque Luciana no quiere subir a la cama a dormirse ––duerme en el colchón de arriba del camarote––, así que dejo un rato el ordenador y voy hacia por ella.

La encuentro ya arriba y me asusto cuando veo a Romina al costado de la cama y de pie, pensé que ya se había ido a estudiar a la otra casa porque no sentía sus pasos hace rato o porque me era difícil creer que se bañaba a esas horas de la noche ––como lo hacía cuando se iba a sus tonos, previo llanto descontrolado por pedir permiso–– así que me asuste al verla ––pero no por esa broma tonta: ¡ay! que fea eres me asustas–– sino porque soy asustadizo siempre, con cualquier cosa. Si en la calle alguien me pasa la voz me asusto, si me piden una dirección me asusto, me piden la hora y me asusto, la chica más grande de la universidad me asustaba todo el primer ciclo ––ahora ya no, la amenazo con darle besos comprometedores y listo––. Me encierro en mí y cuando alguien me interrumpe de estar conmigo me asusto, me siento desamparado sin mí al volver a los demás. Esa cosa tan arjoniana es una forma decorosa de decir que soy un tonto.


-¿Quieres que te cuente un cuento? –– me ofrecí ––.
-Siii, el cuento del conejo Rabito que tiene una amiga Luciana y otro amigo Aleps (Alexander) como como como….
-¿Como el niño de arriba?
-Ajá. ¿Y ése me cuentas ya?


Le digo que sí ––pero no es verdad––. El cuento del conejo Rabito lo hizo Marita ––a la sazón, nuestra vecina y mamá de Alexander–– para presentarlo al colegio. Ella lo dibujó y lo escribió de acuerdo a como estaba en un libro que en la casa teníamos. Y, para qué negarlo, me daba cierta rabia no haber sido yo quién lo escribiera, igual que el año pasado cuando presentamos un cuento que trataba de Vladi, la niña que estaba dibujada en el biberón de Luciana y que era desde antes de escribir el cuento del 2007 la amiga imaginaria de Lu. Vladi la acompañaba sólo cuando tomaba su leche. En honor a la verdad, era mi amiga imaginaria porque yo era el que le hablaba mientras Luciana tomaba con pausas continuadas su leche Bella Holandesa o Gloria. No iba tener mucho tiempo para escribirlo así que mi madre fue sabia en encargarlo para que lo haga Marita “la gritona” y presentarlo como nuestro cuento del 2008. En definitiva, no quería contarle el cuento de Rabito por el motivo ya expuesto y porque sólo recordaba que un personaje se perdía y lo rescataban, un argumento algo tonto.
Le digo a Luciana que tenía que apagar el ordenador y luego de eso volvía para contarle el cuento. Lo que es una mentira porque lo que iba hacer era buscar un cuento, en la red, qué contarle. Como ya conozco otro noble blog, destinado a la difusión de resúmenes de cuentos para niños, no me fue difícil encontrarlo. Se llamaba "Hadabruja" y trataba de un hada que le gustaba comportarse como bruja tanto así que se fue a vivir con ellas. El cuento dejaba la enseñanza de que no podemos esperar que porque tú naciste hada, niña linda o engreída, tienes que comportarte como tal y cerrar tu campo de acción a lo que hace un hada. Que no hay que tenerle miedo a la antítesis de un hada, una bruja, por el solo hecho de ser una negación, ya que esta negación puede reafirmarnos en nuestras convicciones. Además, presten atención al hecho de que un hada se va con las brujas y no una bruja se va con las hadas. Hay que contaminarse para conocerse como hizo esta hada, que si bien rompe con su familia vuelve luego a ellos como una liga que de tanto tensarse se rompe y vuelve con gran violencia al estado pasivo de antes, pero ya no era la misma, ahora estaba marcada por esa ruptura lo que indica que había encontrado una enseñanza. Listo, ya tenía la historia, sólo despedí a mi amiga la estudiante bonaerense sin contarle que me iba donde Lu porque se iba a poner melosona si demoraba más.

Mi madre estaba a punto de acostarse con Luciana ––a sus cuatro años necesita de mamita aun, todavía no alcanza mi record–– pero llegué a tiempo y subí, nos acomodamos, hicimos una caverna con la colcha y antes de apagar la luz negociamos el tema del cuento. Negociación que, cuando recién le empecé a contar los cuentos, hace un par de años, no hacíamos porque era yo el que marcaba la agenda, al fiel estilo del Dictador. Ella, como ya saben, quería "Rabito y su trabuco” y yo quería “Hadabruja”. Lejos de imponerle mi deseo sólo tenía que manipularla con el viejo truco de soltarle un pasaje misterioso/curioso del cuento venidero para atraparla y que ahora ella misma me pidiera Yaaa, Hadabruja. Le había dicho que se trataba de un hada que se iba a vivir con las brujas, nada más, así de simple, a los niños de 4, o menos, o un poco más, con un mísero bocado se los convence. ¿No lo han intentado? Vamos, háganlo. Se siente rico. Nada de griteríos absurdos ni otras tretas de ese calibre.

Cuando se apagó la luz, apenas mencioné la palabra “bruja” Luciana se asusto y dijo no no no ya no. Le dije que no se preocupara y la abracé. Fue algo así:

Erase un día, en un lugar más cercano del que podemos imaginar, una niña llamada Lucienne descubrió, a los cuatro años, que era un hada porque su mamá-hada le dijo que su abuela y su abuelo, sus hermanas y hermanos, sus tías y tíos y toda su familia era de hadas. Pero a Lucienne no le gustaba lo que hacían las hadas, no le gustaba crear vestidos que se acababan con las doce campanadas, ni convertir calabazas en majestuosos carruajes, no le gustaba ponerle piernas a la sirenita y no le gustaba la idea de que le impusieran una ahijada cuando creciera. Lo que sí, le gustaba jugar con arañas e insectos y usar las escobas para volar era su deporte favorito, además de preparar sopas en recipientes grandes que muchos llamaban pócimas o brebajes.

Hasta aquí, Lu me escucho volteada, mirando la pared, y cuando quiso volver su mirada hacia mí, dio un giro rápido con impulso que parecía violento ––aprendido en la calle, el colegio o la casa–– casi se descarga sobre mí ya que se cuadró inmediatamente como para darme un golpe seco con el antebrazo en el rostro, cual boxeadora que practica durante los veranos en el estadio nacional las tácticas para lisiar a los chicos de la playa que no le harán caso por temor a sus ganchos (pero a nada más). Algo la detuvo en seco, será que siempre, cuando me golpea, yo me quejo airadamente ––la última vez fue cuando arruinó la decoración que había hecho a mi escritorio–– y ahora por fin tuvo un poco de consideración con las dolencias que me causa, en el alma, un golpe suyo. Ojalá haya sido eso. Luego de las risas que soltamos en el momento continué…
Así que Lucienne decidió irse del País de las Hadas. Una mañana tomó el micro que la llevó al paradero de buses. Ya en el bus, cruzó las montañas hasta llegar al País de las Brujas. Cuando bajó, cuatro brujas viejas le preguntaron a quién buscaba y Lucienne les dijo que buscaba a la bruja Vladi. A la bruja Vladi la conocía del colegio. Las brujas viejas le dijeron que tenía que irse a la torre que estaba en el centro de esa ciudad oscura y al costado del río. Como Lucienne no conocía el centro de la ciudad tuvo que caminar por la orilla del río hasta ver una torre. Cuando llegó, tocó la puerta y salió Vladi por la ventana pero como estaba por encima de las nubes, y la torre no contaba con ascensores, tuvo que recoger a Lucienne con su escoba mágica. Bajó hasta el primer piso.

Ahora Luciana, encrespada sobre mí, me cogió de los hombros con sus manitas y con una burla dibujada en el rostro por lo que estaba pasando, entrompó los labios e infló algo parecido a un chicle de burbujas. A continuación, en menos segundos de los que utilizaría Adriana Zubiate para dar una vuelta, yo, que no me había dado mucha cuenta de la sustancia babosa que se me venía en lo profundo de esa oscuridad, fui embadurnado con una mácula adiposa que parecía haber sido germinada durante años. Así, totalmente eclipsado por las babas del diablo, que es mi hermana, y harto de sus interrupciones, alcancé a proferir la frase: ¡Oye! ¡Tú no me respetas!

Hubo un silencio de pocos segundos. Luciana se burló de mi reacción y yo la seguí como admitiendo la escena un poco exaltada en la que acababa de actuar. Porque eso sentí, luego que Luciana festejara la forma en que me irrité: un actorcillo de las pelotas, un bailarín mal instruido de Bailando por un Sueño.

Por mucho tiempo, Lucienne y Vladi, se divirtieron en esa torre de brujas que estaba por encima de las nubes. Pero, cada noche, antes de dormir, Lucienne observaba las estrellas que colgaban del cielo, cerca a su antiguo mundo de las hadas. Lucienne extrañaba a su familia, no aguantó y decidió volver con ella. Luego de todo ese tiempo, ¿cómo la recibiría su mamá? Cuando bajó del bus, lo primero que vio fue…

Sentí un nuevo sonido que pululaba en el ambiente de la habitación. La miré y ya se había dormido. Ahora me acompañaban sus apacibles ronquidos voladores. Supe que era la última interrupción de la noche.


Galería de video: "Un lugar en tu almohada" de Jorge Drexler. Es la versión mejorada y melódica de lo que quise contar.



 
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