lunes, agosto 04, 2008

Paseo en el malecón

"Taca, taca, ta-ca" (Luciana, primer sonido organizado que emitió, y que mas se entendió, en sus primeros meses)



Aqui esta la versión original que apareció en el Cuaderno viajero:



Una tarde nublada de mayo, de ésas que anuncian que el frío llegará pronto y lo hará con furia, Luciana y su hermano reiner caminaban rumbo al paradero, para esperar el microbús que los llevaría a un parque de Barranco. Sabían que debían tomar el carro blanco de rayas azules pero no conocían el parque que buscaban, en el que encontrarían muchos otros niños de varias edades, pesos y medidas diferentes a las de Luciana y su hermano, dos niños más. Todo lo cual le daba a este paseo ribetes de aventura y helados aires que presagiaban travesuras por cometer.

Ella lo cuenta así:

“El paradero estaba muy lejos, allá por Metro, y cuando llegamos no habían asientos para esperar el carro que se demoró muuucho. Cuando llegó, nos sentamos detrás del conductor, porque los asientos reservados para mí ya estaban llenos de viejitos. Mi hermano se quiso dormir pero yo le dije que no lo haga porque, sino, yo no iba saber dónde bajar. Como Barranco es pequeño. sólo había que buscar un parque con muchos niños dibujando. Lo vimos. Eran dos filas con papelotes larguísimos, pegados al suelo y con estuches de crayolas. Cogí el espacio que me correspondía y me puse a dibujar árboles, flores, un sol alegre, una nube triste porque el sol la quemaba y en medio de todo eso mi mami y yo.
A mi costado había un chico que su papá no lo dejaba solo y le repetía y repetía cómo debía hacer su dibujo. Yo pensé: Felizmente mi hermano sólo me pasa las crayolas que le pido.

No sabía que más dibujar y me aburrí. Mi hermano, tan calculador él, sabía que eso pasaría, así que me llevó a una Casa de Dibujos, pero de dibujos extrañísimos que tenían forma de nada y sólo se distinguían sus ojos: no tenían dos como yo sino que 3 ó 4, como los monstruos, o como mi hermano.

Volvimos al parque para sentarnos frente a mi dibujo y comer las golosinas de mi pequeño cofre de comidas. De pronto, miré bien el dibujo y ¡oh sorpresa! Ya no era el mismo. Yo sólo había usado la mitad de mi hoja, por lo que un niño extraño(o, tal vez, niña extraña), había pintado la otra mitad sin pedirme permiso. Había vomitado su creación sobre la mía. Había rayado el sol, había dibujado más nubes (seguro para que la única que yo dibujé no se sienta sola). A mi mami le puso bigotes y a mí un skate bajo mis pies. El dibujo estaba arruinado y yo no me podía aguantar: Lloré.

Mi hermano me dijo que no me preocupara por el dibujo, que el pobre niño seguramente llegó tarde y no encontró más espacio que el que yo dejé –sin intención de compartirlo- y que bien mirado el dibujo ahora estaba más gracioso porque los apuntes del niño le habían hecho cobrar un vigor peculiar que no tenía. Yo no le creí. Así que para olvidarnos de eso me compró unos chocolates y me llevó a ver las palomas.

Había cientos de ellas que recibían el maíz que las personas buenamente les lanzaban. Vimos a un señor que esperaba a que se junten muchas palomas, las asustaba y en medio del pánico palomillezco atrapaba un ave, que se apuraba en esconder en una caja de leche Gloria. Luego, yo, para no acercarme a las palomas, les gritaba un poco de lejos o les hacia bulla con mis pasos: ellas alzaban vuelo. Cuando de repente una señora ya mayor me dijo que no las molestara tanto y yo me fui donde mi hermano pero sin darme cuenta tropecé y me golpeé fuerte la rodilla. Mi hermano se apuró en recogerme, frotarme y soplarme donde me dolía. Y así, los dos sentados en el suelo escuchamos la voz tenebrosa de la mujer protectora de palomas que decía, con su sabia experiencia, “¿ya ves lo que pasa por molestar a las palomas?” Mi hermano echo a reír porque para él molestar palomas no tenía que ver con que yo me tropezara.

Dejamos a la señora y nos fuimos caminando por el malecón hasta cruzar la calle Armendáriz donde, cuadras más allá, en el Parque Salazar, nos esperaban juegos como los de Metro. El camino era largo y mi hermano me subió a su espalda de tanto en tanto, ya caía la noche, descansamos en un parque, dando volteretas y, en otro, mirando atentos como unos niños de pañoletas azules construían una casa con palos de madera, mi hermano me dijo que eran ´boy scouts´.

Por fin llegamos a los Juegos y, aunque era de noche, me subí varias veces. Conocí un amigo con el que hacíamos carreras en la arena para ver quién subía primero, mientras mi hermano esperaba sentado. Luego, él llamo a mi papi para que pasara por nosotros pero éste no pudo, así que, cerca de las nueve de la noche fuimos al paradero a esperar el carro blanco de rayas azules que nos llevaría a la casa, donde me esperaba mi suave almohada de Mickey Mouse”

No queríamos viajar aplastados en ese micro. Queríamos el confortable carro de mi padre. Pero ahora no importaba el mundo. Los dos estábamos agotados y solo podíamos dormir y cuidarnos hasta llegar a la casa. Así, juntos y esperando aventuras, es como siempre vamos a estar. Luciana dio un gran bostezo, se venció sobre mí y empezó a roncar.

[Ilustracion: La Rumba, demostrando sus dotes en el Paint]




pD. A los pocos lectores empedernidos de esta capilla narrativa les agradesco el invalorable empuje que le han puesto a sus votos; la categoría queda a su irrestricto deseo. Eso si, el play station es solo para Lu.

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