sábado, mayo 23, 2009

Cosas ocultas



Qué miedo, Luchi. Se me escarapeló el cuerpo cuando pasaste así de rápido y te vi de reojo. Un viento helado me atravesó el omóplato. No escuché tus pasos, sólo vi el reflejo de una nena de cinco años que pasaba, tal vez levitabas.

Era una solitaria madrugada (una madrugada de día de semana, de día útil), tu amiga Steyci había venido a dormir porque sus viejos estaban en el hospital con su hermano Alex enfermo y Steyci no tenía con quien quedarse así que vino a la casa. Se movía mucho, no te dejaba dormir y abandonaste tu cama.

Tentaste con la cama de tu hermana, Romina, a dormir con ella, como mamá te dijo. Al parecer, ya te quedarías seca en esa plataforma de las sombras y habías entrado ya en el mundo de los dulces sueños. Pero nos equivocamos. Mientras, yo estaba solo en la sala, intentando inventar algún post de la nada. Mi mamá se había despertado para ir al baño.

Cuando ya las agujas marcaban casi las dos de la madrugada, muy silenciosamente, como una lagartija de montaña, bajaste de la cama de Ró. (Nadie te vio así que esto lo voy a imaginar). Avanzaste en la oscuridad, no retrocediste, adelante con las manos, tanteando. (se retrocede con seguridad / pero se avanza a tientas). Saliste del cuarto, cruzaste el pasadizo e ingresaste a la cocina para buscar a mamá. Desde el sillón yo te vi, te repito, de reojo y no podía creer que fueras tú, cruzando ante mí como un duende de Papa Noel que se escabulle para no ser visto.

Con justa razón pensé que no eras tú, Luchi, a esas horas, ni modo: pensé que un espía marciano había tomado prestada tu pijama, se la había puesto y ahora se disponía a robar toda la miel que teníamos en la alacena. Pero el imaginario marciano había calculado mal y no contaba con mi astucia, mi presencia arruinaría sus planes.

Interesado en desenmascarar al farsante y deseoso por tener un encuentro cercano del tercer tipo (sin saber aun cuál es el segundo o cuarto tipo) dejé la laptop de lado y avancé dos pasos, que ni bien hice eso, saliste rauda de la cocina y di un pequeño salto del susto (o del alivio). ¡Eras tú! Qué hacías levantada a esas horas ¿Siempre lo hacías? Cuántas noches habrás dejado tu cama y caminado solita por la casa oscura. Cuántas, flaca vampiresa. Qué de ti si yo no me quedaba esa noche revisando nimiedades en el internet.

Así como solita te bajaste, solita te viniste a posar en el sillón. Estabas algo llorosa, buscabas a mamá, esta vez lo supe al instante. Te dije que esperaras, que ella estaba en el baño y te erizaste como un gato en el sillón. Vino mamá y te calmó, usando esa técnica oculta que quiero aprender (pero antes debo ser madre, asunto por ahora irrealizable).

Fuiste al baño y no me hablabas, cosa que siempre intento resolver con algún ardid, esta vez infructuoso. Que ya son más de las dos, que ni en Navidad te habías quedado tan tarde despierta, pero no respondías de lo seriecita que te pones con las ganas de dormir que ya volvían a ti.

Y ya que estamos con los misterios: nadie nunca podrá resolver cómo hiciste para deslizarte de tu cochecito al piso cuando no llegabas ni al año. Si ya te encontraron en el suelo, fue Romina, que avisó a mi madre que estabas reptando en el piso: cómo la dejas así, yo no sé nada, respondió mamá sorprendida. La explicación de que fue tu angelito de la guarda el que te salvo de un duro golpe no me parece tan descabellada si recordamos que no tuviste ningún hematoma en esa ocasión. O eras una flaca gelatinosa y resbalaste sin problemas hasta tocar tierra y no lloraste, cuando eso era lo único que hacías bajo el mínimo pretexto.

Si quieres duerme en mi cama con mamá, te ofrecí porque no tenías donde dormir. Pero tampoco me hiciste caso y fuiste a tu cama, a intentar dormir con Steyci de nuevo. No sé si lo habrás conseguido porque me retiré a mis aposentos a pensar cuantos más de esos misterios me ocultarás, ahora y siempre. Yo, con un rasca-playa imaginario, escarbaré la arena de tu mente hasta encontrarlos. Pero tú te encargarás de lanzarme las bolas de arena para repelerme, como la sucia mosca que soy.

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Paréntesis. Ya todos saben que dejó de existir el uruguayo Benedetti, dándole la contra a muchos que pensamos que esas personas deberían ser inmortales, al menos su obra sí lo es. Dejo por segunda vez en este bloJ un poema suyo a modo de recuerdo: cada quien sabrá qué hacer con él. Mañana saldrá un especial en El Comercio sobre MB, si leo algo bueno lo linqueo.


 Palabras menores

La palabra se engaña en el papel

Como el oasis en los espejismos

Y en vez de los relámpagos del libre

Nos encomienda una canción cautiva

 

Puede ser asimismo un artificio

Talismán aportado por las lenguas

O el alerta con un hilo de voz

Como punto de fuga o de clausura

 

La palabra interrumpe / no vegeta

Convierte la memoria en un tatuaje

Sobrevuela el espacio como un buitre

Y se mete en plegarias y blasfemias

 

Como cierre virtual de los silencios

Lazarillo de la naturaleza

Salvoconducto del malentendido

Es un cruce de síes y de noes

 

Si se astilla o se quiebra la palabra

Nadie es capaz de reparar sus sílabas /

Con la palabra nos quedamos mudos

Porque todo nos queda por decir


Mario Benedetti 

(en suplemento ElDominical y en Luces, de ElComercio)

viernes, mayo 15, 2009

La Católica




La primera vez que Luciana fue a la Católica, la universidad donde estudio y supongo que Luciana también lo hará, Ella lloró mucho. Mis viejos y Romina debían ir a una entrevista con la asistenta social así que yo era el único que quedaba libre para cuidarla. Tenía tres años y era (o es) muy tímida con los extraños, como todos.

Fue así: la recogí en la puerta principal y la llevé a los pastizales frente a Letras. Allí estaban sembrados unos amigos. Intenté presentárselos uno por uno mientras Ella esquivaba los saludos de todos. Pasaron los minutos y empezó a llorar, no le gustaba estar con tanta gente desconocida. Me la llevé atrás, bajo la sombra fresca de los árboles y así pasamos lo minutos. La  amiga “Peque” intentó animarla pero no pudo, nadie iba poder. Le compré unos chifles que la pusieron mejor, aunque la maquina se tragó mi vuelto. Cuando acabó su entrevista, Romina llegó para llevársela al estacionamiento donde esperaban mis viejos. Hasta hoy, Luciana recuerda los apodos de la “Peque”, “Torito” y el “Melón”.

La segunda vez que Luciana fue a la Católica estuvo conmigo en los Jardines de la facultad de Derecho. Jugamos al muerto, y yo era el muerto… Ella la doctora que me debía curar, estando muerto. Cómo no tenía herramientas echaba sobre mí el pasto que arrancaba del jardín, un jardín tan grande que Ella lo llamaba “parque”. Para volver ese día a la Católica, le prometí a Luciana que no veríamos a mis feos amigos que la asustaban. Sólo intentaba reconciliar a Luchi con la Universidad y que no tenga nada que temer por esos lares. Luego de jugar al muerto, le enseñé los claustros académicos donde escucho las clases.

La tercera vez que Luciana estuvo en la Católica fue este último verano: verano al que yo falté porque me fui a trabajar al norte de América. Luciana tomó cursos en la universidad: exactamente no sé de qué, pero iba un par de veces a la semana a sus clases en el “edificio H”, como me contaba Ella por teléfono. Supongo que la pasó bien: hizo muchos trabajillos, la llevaron al Parque de las Leyendas, conoció varios amigolos, etecé. Mi mamá y mi hermana se turnaban para llevarla. Tenía cuatro misses que cuidaban a los muchos niños que había, y eso de las cuatro misses la sorprendía, pues nunca había tenido cuatro misses.

La última vez que Luciana fue a la Católica me acompañó a devolver unos libros a la biblioteca. Como fuimos con el auto hicimos la inocente travesura del giro mortal de 180 grados (a velocidad imprudente) en el estacionamiento de Letras, mi actual facultad (de la que pronto me graduaré). Ya era tarde, corría el viento. Por fortuna, Luciana me hace caso cuando le advierto que en la biblioteca no se hace bulla, que el señor guardia puede llamarnos la atención ya que hay personas muy concentradas en sus asuntos y sus lecturas de las que no ganamos nada molestando: así que Ella ya sabe que debemos hablar bajito.

Si algo le debo agradecer a la Católica (y no es por hacer propaganda, o bueno sí) es que ayudó al chico indeciso que soy: he estado en cuatro carreras en el casi igual número de años que llevo, errante, allí. Es una Universidad que cobija a los indecisos. Fantástico. Vaya y pase. He sentido, pues, la libertad de tomarme el tiempo para explorar mis verdaderos gustos académicos estos tres años en Estudios Generales Letras. Por lo que sé, no creo que otra universidad me hubiera dado tanto tiempo para permanecer en esas tormentas mentales y decidir, con paciencia mi actual y última especialidad, pues me hubieran exigido ir al ritmo de los demás, “no quedarme”, saber lo que quiero, en resumen, una mirada fija y una vista clara de lo que sería yo de acá a unos pocos años; empresa que a los dieciséis años con los que ingresé es, creo, imposible.

Así que le tengo cierto cariño a esa Universidad del fundo Pando. Es un espacio de mucha ebullición cultural, aunque ahora que lo pienso, eso último no lo he gozado tanto. Igual, desearía que Luciana ingresase a la Universidad con la que ya la vamos familiarizando desde pequeña. Pero entendería que, al final, no elija ingresar a la Católica cuando termine el colegio: es más, me parecería una decisión rebelde, en tanto jodida para mí. Ya se sabe que las cosas nunca salen como las planeas: no estamos aquí para saberlo.

Cómo quieras, Luchi, tú decides. Si deseas seguir una carrera de Astrofísica Nuclear, pues buscaremos algún centro de estudios, supongo que en la India habrá eso. O si te gusta la Biología Marina, pues rastrearemos alguna universidad en Milano y serás la mejor bióloga marina de la Tierra. O, si deseas explorar el arte y eliges practicar Danzas Orientales pues déjame investigar si en Madrid o Estambul te dan la oportunidad. Pero mejor si no es tan lejos, si encuentras una buena universidad por aquí, por Perú, te agradecería que ingreses a ella y no cruces océanos y cordilleras miles buscando lo que te gusta. O como tú quieras.

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En unas horas se presenta Jorgito Drexler en el Polideportivo de la Pucp. Estaré cerquita a la última fila pero igual me van a envolver los sonidos de su disco Cara B (¿o… Z?). Esta es de sus mejores milongas, Dos colores: blanco y negro.


viernes, mayo 08, 2009

Factor distractor


Es semana de exámenes parciales: siguiendo mis costumbres pseudo-académicas debería aislarme del mundo y aplicarme a repasar las lecturas que, se supone, he leído a lo largo de esta mitad de semestre. Pero no he leído todas de tales lecturas universitarias, pues he invertido mis horas en revisar un poco de poesía peruana, por eso los parciales demandan que me encierre en mi habitación, olvide el mundo y, de paso, me proteja de esa extraña gripe de las noticias, que yo creo no llegará a mi casa.

A pesar de que sólo llevo dos cursos, y el lunes acabé con Filosofía Antigua, he dejado las lecturas de Comunicación Social para un día antes del examen. Esa tarde de martes, estando solo en la casa, aprovecho para concentrarme en las lecturas y rellenarlas de pintas verdes con el resaltador. Luciana está paseando en la calle con mi mamá, y mi soledad me hace feliz: se respira libertad en la casa y utilizo el escritorio de Romina para terminar Homo Videns de Sartori.

Pero abren la puerta, Luciana y mi madre han llegado y sé que la bulla se instalará pronto. Luciana entra al cuarto y me saluda con un fuerte abrazo y yo la paporreteo de besos bajo la oreja. Yo no la quiero soltar, pero lo hago cuando siento que se cansa de saludarme y la dejo ir. Seguramente prenderá la televisión para “reblandecerse” con las masajeadoras imágenes, como dice sabiamente Sartori. Que vaya, que vaya: yo necesito estudiar y debo estar solo.

Bañan a Luciana y se pone su pijama de princesas. Hago una pausa para comer y meterme a Internet, Ella me acompaña y demora en comer como siempre, flaca distraída. Termino y vuelvo a las lecturas y un rato después Luciana abre la puerta con mucha confianza. Está preocupada porque no sabe qué hacer con una laminilla que ha encontrado de las figuras del futbol peruano de muchos años atrás: que lleva el nombre de “El adiós de Cachito”. Como el tal Cachito me importa poco estuve a punto de decirle que la vote a la basura pero se me antojo jugar.

Mira hazle caritas así, y esbocé con mi lapicero una barba hirsuta sobre un pelotero. Ja ja ja, Luciana celebra mi infantil ocurrencia. Luego le digo que continúe Ella con los otros jugadores, pero que lo haga en la sala que tengo que estudiar.

Ella accede a mi pedido. Antes de irse le pido mi besito y me lo da. Voy a cerrar la “reja”, Lu dice “reja” en vez de “puerta”: se ha confundido pero yo no la corrijo.

Avanzo tres párrafos y Luciana abre la puerta nuevamente: ahora qué quiere, pienso, no sé y pronto lo averiguaré. Qué más le hago, pregunta Lulia. No se me ocurre que otras pintas hacerle a esos jugadorazos del pasado pero le aconsejo lo primero que se me ocurre: hazle anteojos o rayas en la cara, como si le hubieran cortado bien feo, así a todos. Le gusta la idea y le pido que me deje estudiar. Ella demora un poco pero se va del cuarto. Cierra la “reja”, alcanzo a decirle. Ella me corrige: ¡la puerta!

Mis separatas brillan con el verde cocodrilo del resaltador, párrafos enteros quedan ensuciados por mi disminuida asertividad a la hora de seleccionar lo sustancioso del texto. Estoy observando eso cuando la puerta se vuelve a abrir. Es (quién más puede ser a esta altura de mi vida) Luciana con la laminilla entre los dedos. Me muestra cómo ha pintarrajeado las otras caras de varios jugadores y luego pregunta qué más le hago rei. Otra vez no sé qué decirle pero lo primero que viene a mi mente me funciona de nuevo:píntalo así, le digo mientras le cambio el color al uniforme blanquirojo de la selección por una combinación de roji-verde-cocodrilo que consigo con la ayuda de mi resaltador. El uniforme queda mejor, restalla más que el peruano, aunque el país que ahora representa puede ser tranquilamente los Emiratos Arabes Unidos, Costa de Marfil o la correlona Nigeria, no sé.

Animada se retira Luciana y no cierra la puerta. Luciana no has cerrado la reja, grito. Ella se toma su tiempo, como toda una dama, viene y me dice ¡no, oye, es la puerta! Y me deja solo de nuevo. No se nota pero estoy mansamente enfurecido: ¿por qué mejor no la boto del cuarto cuando entra?, pienso maquiavélicamente. Yo soy su mayor y tengo que hacerme respetar, además estoy estudiando y no me puede interrumpir tanto, sigo, sin creer una pizca de lo que digo: hablando poseído por el espíritu de un Príncipe caprichoso o creyéndome un Rey que no voy a ser nunca.

Así pues, entiendo que mi vida miserable no podrá combatir contra los primaverales cinco años de Luciana, que Ella es un alma inocente y pura que es difícil de violentar molestándome. Y si así lo hiciere, pues contaminaría con rencores apresurados el corazón de mi hermana menor, un corazón que yo supongo tiene la forma de un rico garbanzo. Ella no conoce los apuros en los que me pone la vida y creo que yo no debo si quiera mencionárselos a tan temprana edad. Mejor, vamos a jugar y ya la vida conspirará contra ti, hermana mía, como a veces lo hace contra mí. Ahora vamos a jugar.

Dos párrafos más adelante, vuelve Luchi, flaca distractora. Mira rei mira, me muestra la última actualización de la laminilla: Una cruz en la camiseta de uno, un corazón en el short de otro, una máscara como Spiderman en el que está hincado, una luna al costado del que tiene un sol, una equis en el cuello del suplente. Y a los niños les ha rayado la cara sin asco. La figura está arruinada y por eso mismo ha quedado perfecta, el arte no concebirá nunca algo como lo que mi hermana ha hecho esta noche: debemos pegarla en la puerta del cuarto o tomarle una foto para que quede en el recuerdo. ¡Fantástico hermana!, exclamo, ahora voy a continuar leyendo, termino por decirle. Pero es tarde y tiene que dormir, ya se le nota desganada, con sueño y se queda en el dormitorio conmigo.

Así que sube a su camarote y se despanzurra sobre el colchón, pero me sigue hablando bocarriba. Le pregunto un par de cosas y me entra la curiosidad por espiarla, a ver qué está haciendo: no nota que estoy mirando como hace la bicicleta con sus piernas mientras golpea ese cartelito con el significado de su nombre que le hice el año pasado. Como no notó tampoco que estaba interrumpiendo mis momentos intelectuales. Pero no es la única a la que se le escapan las cosas: a mí, a veces se me olvida que necesito sus bienvenidas interrupciones, que ellas salvan mi vida del blanco y del negro. Vamos a jugar.

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Actuación. Esta semana complicada, Luciana hizo que me mueva un poco. Es de madrugada en Lima (momento perfecto para postear) y en unas horas Luciana bailará “El Ritmo Vueltas”, de desconocido autor, por el día de las madres que es el domingo. De todas maneras, la canción empila. Con este video, Luchi quedó pegada practicando los pasitos que más tarde lucirá ante mi mami. Por supuesto, esa coreografía del video está mal, según dijo Luciana, que conoce los "verdaderos pasos".



Y el 15 de mayo, Drexler en Lima: vamos a volar con los sonidos.
 
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