sábado, abril 11, 2009

El hábito ciego



"Primero, voy a gritar fuerte. Para que no nos escuchen"
(Luciana, cuatro años, con sus frases no contradictorias, sino filosóficamente debatibles y poéticamente estimables)




Aun leyendo la Apología de Sócrates no pude dormirme hasta las 2 am. Creí que con esa lectura bastaría para cerrar mis ojitos plañideros pero no fue así. Tuve que terminar de rematar mis ojos viendo un poco de las Olimpiadas que se jugaban en China. Estaban divertidas, transmitían las competencias de bicicleta y, además de la fuerza que le imprimen los competidores a sus carreras, había el agregado de que siempre se producían caídas en masa. Eso me parecía penoso y muy conmovedor porque, si un ciclista perdía el equilibrio, por su error pagaban los demás y au-revoir al Oro Olímpico. Es como una escena de cole: la maestra amenaza que si uno solo de los alumnos osa cometer una inconducta, todo el salón se quedará sin salir al patio a jugar. Un acto de justicia ciega.

Amanecí extenuado a las 8 am. Lo primero que oí fueron gritos de dos chicas de la casa, Romina y mi mamá. La primera culpaba a la segunda de no hacer previsiones y alistar todo tarde si nos iba a dejar con Luciana. Es que esa mañana mis dos padres se fueron al Hospital y solo quedaron sus dos hijos mayores, Romina y este su seguro servidor como responsables (al ojo humano) para despachar juntos a Luciana al colegio.

No quería separarme de mis cálidas sábanas para entrar en la pelea. Por las mañanas, uno está lo suficientemente adormilado para ser un perfecto e inacabable gruñón con cualquier mínimo desperfecto que se le antoje encontrar. Me sabía de los de ese tipo y no quería abandonar las colchas.

Cerca a las ocho, ya estaba moviendo mis dedos de los pies como primer auto-estímulo para despertar mis demás músculos que iban cediendo poco a poco. Salí furibundo de la cama y para mi sorpresa y salvación del mundo, creo yo, no entre a la discusión infernal porque no quería malograr esa mañana  y porque no sé discutir, me entrego facilito, diría yo.

Le pregunté un par de cosas triviales a Luciana (por su leche, por su peinado, etc.) cuando escuché la puerta cerrarse. Mis padres se habían ido. Al parecer, Luciana estaba totalmente preparada para ir al cole. Menudo detalle aquel de que aun no había tomado su tasa de leche (con forma de tigre maricón). La llamé para que lo hiciera pero no vino. Primera llamada.

Ahora Romina también me ayudaba y luego de un par de intentos logramos que se suba a la silla. Estaba de pie en ella y no quería sentarse, mientras tanto Ro aprovechaba en escarmenar la castaña cabellera de Luciana.

Se bajó, se echó al mueble, se paró y ahora sí se sentó en la silla. Yo estaba a su costado pero no la veía tomar ni un pico de leche. Lleve mi tasa vacía a la cocina y Luciana me siguió, lo que me irritó un poco ya que dejaba abandonada su leche otra vez. A pesar de hablarle un poco alterado (o tal vez por eso) no me hizo caso.

Volvimos Romina y yo a la mesa. Cada uno inventaba una serie de exhortaciones para asustar a Luciana y que vuelva a la mesa. Teníamos el común denominador de amenazarla con la hora que marcaba el reloj. Era gracioso que mis formas de presionar no eran del agrado de Romina, y viceversa.

-Si quieres no vayas al colegio pero a las diez nos vamos los dos a la universidad y te tendremos que dejar con Marita (la vecina loca) - decía yo, así de cruel.

-No le hagas recordar a Marita- me callaba Romina, en voz baja.

-¿No quieres hacer deportes hoy día Luciana?- continuaba yo, porque era el día en que iba con buzo.

-Mira ya se hace tarde, ¡Luciana no vás!- Romina, espesona, le decía.

-Ya, Luciana, toma la ´sopa´- se confundió Romi, era toma la leche, y nos reímos los tres, uno empezaba luego del otro. Luego Lu nos contó.

-El año pasado, mi mama me quiso dar con cuchara y yo me reí y vote toooda la leche.

-Ahhhh, muy mal hecho -juzgaba mi hermana-. Ya, Luciana, ¡toma la leche o no vas!

-Yaaaaaaaaaaaaaa- la cortó Luciana, cual Gohan que está a punto de convertirse en Supersaiyajin, harta de tanto hostigamiento gratuito y de su hermana mayor. Me gustó que le dijera eso a Romina: me hacía recordar cuando Romina hacía eso mismo con mis padres. Reí solo, luego me acompañó Lu, como pretexto para seguir no tomando.

Así son de convenientes las “malacrianzas”. Digo convenientes porque no sabes cuándo ni dónde te pueden ser útiles. Qué rico es ser respondón, que puede parecer malo pero a los niños les meten tanto ese rollo que considero saludable un poco de rebeldía.

Luego vino la discusión sobre si estaba bueno o no eso de llegar tarde. Romina decía que debe aprender a respetar los horarios y está mal que su cole la deje pasar así no más (porque su cole cierra las puertas y luego las vuelve a abrir para que entren los “tardones”, cosa que me parece sospechosa).

Yo prefería que llegara tarde para que aprenda a ser responsable a su modo: llegando tarde, así como esa mañana, que tuvo que tragarse su engreimiento y su leche para ir al cole. No que aprenda al modo de su profesora, que con una llamada de atención poco va a lograr.

Que llegue tarde y que sepa lo que es perderse un día de cole, para que no lo vuelva a hacer. A Luciana no le gusta faltar al colegio, ese día estaba tarde. Si, al final, la miss envía un aviso en su Cuaderno de Control o le baja la nota, yo lo tomaré ligero (cosa que mi mamá no hará).

Eso último es porque creo que lo que hacen los colegios es habituar a los alumnos, por medio del premio y el castigo, de maneras sutiles o con otras que parecen fuertes. Estas bien o estás mal, no hay espacio para nada más. Esa es una forma de habituarnos a conducir nuestras acciones por el camino del Bien, a ciegas porque no se cuestiona, una forma de educar de la que yo reniego y cuando puedo intento sacarle la vuelta con sutiles mensajes preñados de una sana rebeldía que problematice a Luciana y no haga las cosas por hacer, o porque su profe le dijo que así era.

Una vez en la puerta de su colegio, le entregué su lonchera y le pedí “besito”. Ella me lo dio fugaz, casi sin dármelo, se abrió paso por detrás de una señora y entró por el portón. Yo esperaba que volteara una última vez para despedirla meneando la mano como si fuera un pañuelo pero no lo hizo. Dio la vuelta por el pasto y desapareció.

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Galardón. Quería agradecer a los blogueros: Lasci la argentina y Roberto el chalaco,  por haber distinguido a este bloJ con un premio peligrosamente llamado Premio Dardo. Además, la fascinante Lasci tuvo en bien otorgarme el mes pasado el Premio Corazón Partío, al que no agradecí antes por oscuros motivos ligados a mi memoria traicionera e ingrata (no solo con Lasci, sino conmigo mismo muchas veces). Gracias Lasci y Roberto, verdaderos bomboncitos de la blogósfera.

Mala Sangre. Esta canción la vengo escuchando toda la tarde. Es el quemado de Pelo Madueño, de la desaparecida Liga del Sueño. Ahora se queda aquí.




2 comentarios:

  1. tomar la leche.. eeeeeugh, formaba también parte de mi rutina al cole, casi un castigo, la odiaba hasta que la cambairon x yogurt.. u_u.. intolerancia la lactosa.. como dice el comercial?.. fácil XD...

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  2. Hola Cositaseria. Yo nunca dejaré de tomar leche; aunque quien sabe. Por otro lado, la semana pasada una chica tenía un bolso que tenía escrito tu nic: COSITASERIA. Y yo me acordé de ti. Umm. Gracias por pasar.

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"vete de aqui, vete de aqui" (Lu dixit)

 
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