lunes, julio 21, 2008

Desvíos en la agenda

"A mi me gusta la sal porque yo nací desde que me gusta la sal "
(Luciana, 4 años, contundente argumento para dejarla comer toda la sal que quiera)
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Hace un par de semanas le debía una salida al cine a Luciana. Quise llevarla a ver “Valentino…” pero aquel día no se pudo. Cuando volví de las clases en la tarde, ya estaba dormida; y no hay, nunca hay corazón para mover a una niña que duerme con la paz que uno mismo no puede encontrar. Es mejor contemplarla y aprender de su imperturbable tranquilidad y ronquido sereno. Además, había consultado la cartelera y no encontré ninguna película de dibujos al menos a dos distritos a la redonda. En Larcomar todavía proyectaban ese film peruano (con voces de Christian Meier, Gisela y etc) pero eran tiempos en que aún me dolía gastar dieciséis soles por entrada.
De todas maneras llegué a almorzar, mi madre tuvo que salir a comprar y me dejó al cuidado de Luciana (o viceversa). Así que, necesitado de aventuras con Lu, le dije que nos íbamos a buscar películas a los cines de por aquí. Le advertí -porque siempre prefiero advertirle a los niños antes de hacer algo, se evitan riñas innecesarias y bullangueras- que tal vez no habían películas y si eso pasaba tendríamos que ir a los juegos del sótano un rato y volveríamos rápido porque yo tenía que leer mis lecturillas académicas.
Quiso cambiarse de ropa como si fuese a una fiesta, pero le dije que al cine hay que ir cómodos y que, si íbamos a hacer esto siempre, no había porque ir tan formalitos o arreglados. El cine Las Américas salía más rentable para mi bolsillo pero dado que era su primera película en el cine debíamos ir al Cine de Metro por los asientos (más decentes). Ocho soles por cabeza los podía soportar; además que, si Luciana no mostraba su cabeza en la ventanilla, por ahí que ella no pagaba y nos alcanzaba para las canchitas (dulces, porque las saladas provocan sed y la sed provoca más gasto).
Camino al cine, tuve que explicarle un poco las “reglas del cine”. Le anuncié algo así: el cine es un cuarto grande y oscuro, donde hay asientos cómodos para sentarnos y ver toda la película en una pantalla más grande que nuestra tele. No hay que hacer mucha bulla para que todos podamos escuchar; si quieres hacer pis, mejor que lo hagas antes de entrar para que no te pierdas ninguna parte de la película.
Hice esto antes, cuando fuimos al teatro. Esa oportunidad le anuncié que los asientos eran cómodos pero, cuando llegamos al teatro del Icpna, en jirón Cuzco, para ver El mago de Oz, nos encontramos con sillas metálicas (de esas que usan en el catchascán para castigarse), le dije que en el teatro no se hacía bulla pero, como nunca había ido a uno, y olvide que habrían niños más gritones que nosotros, en la primera escena cuando Margareth se transportaba al mundo detrás del arco iris los niños ya hicieron sentir su bulla; Cuando salió la bruja ya los gritos alcanzaron decibeles insoportables. No había que ser muy rígido con las reglas en los espectáculos de menores.
Llegamos al cine, elegimos las escaleras eléctricas para subir y, una vez arriba, por más que buscamos y buscamos en cada pancarta colgada en el cuarto piso, donde están las boleterías, no había nada parecido a una película de dibujos animados o en 3D. ¡Maldición! Qué clase de cine es este.
Bajamos, yo derrotado y ella feliz pensando en mi promesa de ir al sótano, donde estaban los juegos, pero antes quise comprarme unas alitas de pollo en el super o hiper o hipersupermercado del primer piso. En el tercer piso hay un Gold´s Gym y en el segundo piso, coffiures. El quinto tiene una improbable discoteca y el cuarto piso albergaba las salas de cine. ¡Gracias Metro, tienes todo lo que necesito! Para ser feliz, cuidarme el cuerpo y endeudarme, claro está. Como a Luciana se le hace difícil comer carnes, sólo compré para mí y a ella la contenté con un Pulpin (craso sería mi error al creer eso porque luego me pidió uno más).
Llegamos al sótano de los juegos mecánicos que tiene un tobogán que ya no resbala y los niños tienen que bajar caminando o subir igual. No había necesidad de comprar las monedas para varios niños porque se trepaban e imaginaban que ya estaba prendido el artefacto. Luciana sí me pidió monedas pero tuve que empuñar la mano y resistir sin sacar más monedas, inventándole nosequé. Ella corría sin zapatos, no los había dejado en su sitio, y como sus eventuales amigos se fueron tuve que suplirlos pero no me atreví a subir a esos juegos tan hechizantes para las despistadas niñas de cuatro años. La próxima vez que tengamos el juego para nosotros solos no pasará igual, aunque me descubra la señorita que es cuidadora pero que nunca está. Tengo que vencer aquel trauma de mi infancia; el día que quise entrar a unos juegos, pero mi altura, por la que era reconocido en otros ámbitos, ya me traicionaba y una señorita cuidadora me atrapó las piernas cuando me escabullía exitosamente por las escaleras que desembocaban en mi objetivo: la piscina de pelotas donde me escondería cual comando anfibio de las fuerzas especiales de la Marina, a la que años después habría de renunciar de postular por quedarme con una vida más aburguesada en la universidad, el único objetivo que mis padres concebían para mí.
(Nótese todo lo que me desvío por unos juegos mecánicos)
Nos aburrimos y decidimos irnos (haciendo valer mis 18 años para darme autoridad en esa decisión, que ahora recuerdo no tan conjunta y persuasiva de mi parte). Ya estando en la puerta por salir dimos media vuelta y entramos al supermercado otra vez, atraídos por el afán consumista que, esa tarde, sí compartíamos bien. Yo agarraba de la mano a Luciana de vez en cuando para estar seguro que aun estuviera ahí (y es que una vez se me perdió… en la casa, pronto contaré eso). Cogí la infaltable chocolatada de a sol y una galleta para Luciana. Ella, mona como ella sola, quiso que lleváramos el carrito para que la suba y pasear un rato pero le dije que no sería necesario porque no compraríamos nada más. Hizo unos mohines de todavía-no-me-quiero-ir, caí rendido y fuimos por aquel móvil. Fuimos a la sección Frutas y sacamos naranjas, no muy caras, intentamos unos mangos pequeños, imposible, no alcanza Lucianita, quedaban unas pequeñas peras dulces –que nunca llegué a probar– y mandarinas todas sanitas. Luciana sabía que tenían que pesar las bolsas en la máquina para que nos pongan el estiquer con el precio, pero no sabía colocarles el cintillo adhesivo que, luego de un par de intentos fallidos que la irritaron, logró dominar en el arte de romperlo con la cuchilla que venía con el aparato. Rodear el pico de la bolsa con el cintillo también fue problema.
Luego, fuimos a la sección Panes & Embutidos y terminamos comprando caramanducas (no había papapán a esa hora de la tarde). Continuamos en la zona helada que tuvo la culpa de que, al día siguiente, a Lu le rebrotaran los ataques de tos. En verdad fue mi culpa ya que detuve el coche ahí mucho tiempo por elegir el color de bati-shake que le gustara.
Fuimos a la caja, pagamos (pagué). Luciana recogió las bolsas, dándose aires hacendosos, y luego me las dio porque ya tenía en sus manos el bati-shake rojo, rojo que simboliza las fresas, y volvimos al hogar justo para la hora del té. Teniendo en cuenta la diferencia horaria con Greenwich, y el tan moldeable uso horario de Cabana que nuestro ex presidente patentó; las agujas marcaban las 6 y fracción pm., nuestra hora peruana del té. Era, pues, legítimo abrir la bolsa de caramanducas, dejar las frutas en su sitio para otro momento, y repartirlas entre tres: yo, Lu y Romina, la primogénita (nótese, el burro por delante). No había té pero ése es un detalle que se puede pasar por alto, porque de los tres ninguno estaba dispuesto a prepararlo. Además, el chantaje conocido por nosotros Romina, ya trajimos los panes tu prepara lo que falta es sabido que no funciona desde nuestra condenada condición de hermanos menores.
Los tres en la casa esperando a mamá, que deja pedidos de Omnilife por todo Lima, sabíamos que ya no era necesario planear nada y que las cosas solo nos tenían que pasar y no había que molestarse por eso. Más aun, Luciana presente es capaz de cambiarle el día a cualquier antropoide que se precie de guiar sus horas del día desde una Agenda 2008, con ilustraciones y demás.

3 comentarios:

  1. Lindo tu bloJ (original forma de llamarlo)... estaré al tanto de nuevas entradas. Saludos!

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  2. Que chevere, alguna vez me gustaria tener la experiencia de cuidar a un niño yo fui la menor en mi casa, asi es q nunca interactue con gente mas chica que yo

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  3. Hola lil´lo: A veces siento que el nombre es re-bíblico, asi como otras cosas del bloJ, pero igual me gusta como a ti. Muchos abrazos.

    Hola marilia navegando: No estoy seguro de eso. Leo tu bloj y, x lo q cuentas, la mayoria de chicos que te decepcionan dejan la impresion de ser unos nenes. Hace tiempo que no posteas. Bienvenida la paciencia. Abrazos muchos.

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"vete de aqui, vete de aqui" (Lu dixit)

 
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