martes, marzo 31, 2009

Buenos deseos


Sesenta meses y otro soy /

o en otro estoy / sigue la contemplación

un lustro con Luciana se cumple hoy

o con Luchi / de cariño y como siempre

o Luciani / que más literario parece

 

todos los que somos yo

te tienen a ti para arrebatarles

las innecesaridades que me pululan

y dejarme como un pequeñín charco

de agua, que refleja los ojos de dios /

¿o los tuyos? /

y por eso se resiste con humedad

 

eso gracias a ti / en mí no hay mérito


los amigos que has invitado a tu fiesta

son la mar de alaracosos

y, perdóname, creo que no tienen alma

tú me los tienes que traducir /

yo no los quiero entender /

van despistados por la vida

pero siempre más divertidos que yo

aunque no le dan de comer a las palomas

ni pasean por el malecón

 

cuando se quizo ir el sol y el invierno

no se decidía a salir con fuerza

naciste tú / cinco años antes de estas líneas

uno – cinco – sesenta

muchos números muchos nosotros muchos

pero un único cariño

un tierno abismo


Todos los delirios que tú quieras hermanota.




jueves, marzo 26, 2009

Tira foto



El último fin de semana mi viejo, Luciana y yo salimos a dejar unas encomiendas muy lejos de casa. Luciana me pidió la cámara y se sentó atrás con el cinturón puesto (el del medio, el menos incómodo). En algún momento lo dudé, era peligroso que Ella estuviera detrás solita tirando fotos, y más en esta ciudad, pero luego pensé en que cualquier razón que pudiera argumentar ya era poderosa. Si algo quería fotografiar Ella era lo que le llamase la atención, además de hacerlo por puro gusto o monería, como se dice: así que mientras yo hacía de imprudente chofer, Ella llenaba de flashes esta ciudad gris.























Para mí las fotos están estupendas, seguramente porque conozco la historia de cada una de ellas. Y estuve a punto de privarme yo solito de ellas ¿Cuántas cosas no dejarían de pasar si confiáramos más en los nenes?

jueves, marzo 19, 2009

Soy frívolo pero profundamente




Voy a comprar a mi hermana. Voy a llevarle cada uno de los regalos que me ha pedido para que me quiera mucho, al menos por los minutos que dure ese cansino ritual de abrir las maletas llenas de regalos.

Si se alegra querrá decir que acerté en elegir esa blusa rosada de rayas en vez de esa otra prenda que estaba en oferta insuperable: lo que será un indicativo de que tengo buenos gustos para comprarle la ropa, siendo la primera vez que compro tal cantidad industrial de ropa para alguien.

Si no se alegra, si lanza alguna mueca incompleta, es porque no le encantó aquel polo verde y rosa con dibujo de monito, pero luego dirá que le gusta porque es su hermano el que se lo regaló: el hermano pródigo, que desapareció tres meses y ahora ha vuelto a su mesa para ver qué nuevas tácticas ha inventado para rechazar a nuestra mami cuando ella le sirva la sopa o le cocine las carnes de res que no le gustan, flaca vegetariana. Si no se alegra yo ya sé qué debo preguntarle ¿te gusta? para, tal vez, forzar una mentira de su parte y que gracias a ella continuemos con el vestido rosiblanco, la siguiente prenda que le traje de regalo.

Yo sé que si le compro valerinas, rosadas de preferencia, no voy a fallar. Dora Explorer para las sandalias es un golpe certero para conmover Su corazón, una chuza, una aguja disparada al centro de una diana. Pero eso no había en Hardeeville, pequeño pueblo del estado de Carolina. El rosado me parece un color barbietúrico, pestilente y desabrido; pero si a Ella le gusta y si con ese, y solo con ese color es feliz, yo le compro ropa rosa a mi bonitita hermana.

Tiene que ver la pijama de Princesas que Emilia, la tía peruana que vive en Nueva York hace veinte años, le ha enviado como regalo, además de la toalla, también de Princesas, que guardé en la maleta más grande: estos dos regalos son fundamentales (los que envió la tía Emilia) por si los míos terminan siendo un fiasco.

Cuando fui a las montañas rusas de Orlando aproveché para llenar una bolsa entera de ropa destinada a Lu. Había ahorrado doscientos dólares, y más, para comprar ropa para toda la familia: pensé que con eso alcanzaría, creía que Florida me tenía reservada una vida más barata que Carolina. Me hospedé en Mirror Lake, donde el primo Vicente, que cuando tenía el trabajo de rentar carros ganaba gigantes sumas de dinero, además de atender a las estrellas de la farándula peruana, que él no identificaba porque se fue del Perú a mediados del primer gobierno de Alan. Vicente me llevó a las tiendas en su Ford del año dos mil ocho, fue ahí donde elegí varios abrigos para Lu: el marrón manga cero, el rosado de estrellas blancas y azules, el de capucha grande, y otros que no recuerdo.

No gasté todo el dinero; Annie, la esposa de Vicente, orgullosamente dominican ella, insistió en que Nueva York tiene ropa más barata, tú sólo dile a tu tía Emilia que te lleve, ella conoce los lugares. Voy a comprar todo en Manhattan, voy a regatear los precios, me puse a pensar y dejé Mirror Lake luego de cuatro días vacacionando de lo más tranquilo, en paz con este mundo que se va a la mierda. La península me dejó con ganas de volver.

Pero en Manhattan todo era carísimo. La tía Emilia no conocía los huecos donde vendían ropa a bajo precio: en cambio, me llevaba a Macy´s, JCPenney y Century 21, una tienda ubicada donde estarán las nuevas torres, no sé si gemelas. Estaba al doble que Florida. Felizmente, debajo del Penn Station, en el cruce de la séptima con la 33rd street, encontramos unas tiendas donde, ajustando, gasté cien dólares, ya no tanta ropa para Luciana, creo que sólo le añadí dos pijamas largas; debía comprarle al resto de la familia que esperaba.

(…)

La despedida (otra vez) con la tía Emilia fue triste (otra vez) en el aeropuerto de LaGuardia; días pasaron, varios países recorrí desde el aire, turbulencias crucé, esperé paciente mis maletas, pensé que se habían quedado en Atlanta con los regalos dentro. Desgracia, pensé. Al fin, el avión aterrizó en el aeropuerto Jorge Chávez y llamé descontrolado a mi familia, hablé con mi papá y con Romina, no me pasaron a Luciana. Deja que no sepan cuando sales, me recomendaba mi amiga, que le gusta sorprender.

Salí a las doce, porque en “la Migra” demoré lustros, y Luciana se había quedado dormida: Ella se deja vencer por el ronroneo gatuno del motor de nuestro carro. Intenté despertarla pero estaba seca. El reencuentro con Ella fue al día siguiente, cuando me despertó. Pero lo más divertido fue que me despertó luego de abrir las valijas y haber visto todos los regalos que guardaba para Ella. Yo me perdí su cara de sorpresa pero qué importaba ya, la hice feliz: y ella no está obligada a compartir su felicidad conmigo, que me quedo dormido.

He visitado tiendas innumerables horas, me he aburrido mucho, mis piececitos han padecido de tantas horas soportando mi peso. Podría decir que el dinero no lo es todo, que no compra el cariño de nadie pero, para no caer en la repetición ni la condena, diré que gocé con cada prenda que elegía, imaginando las sonrisas que despertaría un cojonudo regalo mío. Y compraba y compraba hasta donde me daban los verdes. Creo que no estoy para que Luciana me alquile su cariño por unos brillosos ropajes, no soy un inquilino de su chiquito corazón, apenas me postulo como su defensor.

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[Aunque algunas prendas no eran de la talla de Lu, y las recibió con pizcas de alegría, tengo que aceptar que los regalos eran más esperados que yo.]

 [Faltan las comillas. No quiero estafar a nadie, el título le pertenece al buen Bayly, lo saqué de una frase de sus columnas semanales: Todo lo que soy. Desde que la leí, me estaba atormentando este post, pero sólo hasta hoy.]

martes, marzo 10, 2009

La crónica suave



Caía la noche. Nos visitaba Daniela Ramirez Schmidt, futura comunicadora de la San Martín (universidad que se ha quedado anclada en un tiempo pasado), y archiamiga de mi hermana mayor Romina desde antiguo también. Ella tenía que hacer una crónica para un curso y necesitaba tomarse fotos con Ró (me pidió no confesarle a Ró que la crónica era sobre ella, sobre su vida apasionante y entregada a la labor social que, si no, distaría mucho de ser una crónica roja). Me pidieron que yo sea el fotógrafo pero que teníamos que ir afuera y acepté.


En el fondo soy un pintor frustrado y creo que con las fotos que he tomado en mi vida, y seguiré dándome el gusto de capturar, resarzo ese viejo sueño que sí sé que no cumpliré: así me siento un optimista. Le pasé la voz a Luciana para salir a tomar aire un rato y que no se aburra en la casa. Se puso un abrigo y sus zapatillas, me pidió un poco de ayuda como siempre y terminé colocándole las zapatillas de Cristal como si se las pusieran a la princesa Cenicienta, golpeando la zuela en la parte del talón que siempre se hace el difícil y no entra.


En la calle, Dana y Roma se escarmenaban el cabello y lo llevaban para detrás de las orejas, se repasaban las cejas con deditos ensalivados, se alejaban de la penumbra. Con el celular de Dana no se podía, en absoluto, capturar una buena imagen. Con el de Romina salió algo más aceptable, la resolución y los muchos megapixeles condensados les hacía más justicia a las dos.


De pronto llegó Claudio, el marinero del barrio. Siempre es cauto sospechar de él que estuvo trampeando con una de las chicas que se le cuelgan como vampiresas; al gran “gallo Claudio”, como le decíamos de chicos, las chicas lo acosan como las sirenas cantoras se le aprehendieron a Ulises en la Odisea. Su celular está plagado de esas sirenas que él, marinero que se cuida y respeta su institución, no llama porque es fiel a Moniquita: su institución. Estuvimos con él un rato y luego se esfumó entre la neblina. Pasaban los minutos y no salía una foto decente, ellas son muy exigentes consigo mismas como muchas mujeres seguramente lo son, como Luciana probablemente lo será o, chuta, ya lo es (y por eso le he comprado muchos regalos). Al punto que Romina, molesta porque cometí nuevamente el error de hacer salir la luz del alumbrado público que las opacaba, me dijo que era un inútil para las fotos, echando al traste mi sueño de ser pintor o fotógrafo mediocre.


Luciana permanecía inquieta entre la maletera del carro y el suelo. Yo debía alternar la callejera sesión de fotos con las veces en que la ayudaba a subir al capó. No me había dado cuenta de cuándo es que aprendió a resbalarse, cual tobogán, desde el capó hasta el piso, porque generalmente Ella sabe tomar distancia de tales temeridades. Para estar menos preocupado, cerré la puerta del carro y le dije a Lu que estuviera sentadita moviendo el timonel y con la ventana del piloto abierta. En busca de mejores ángulos fuimos al parque Orquídeas, en la estrella de cemento que hay al centro, para continuar con las fotos. Luciana no quería moverse del auto y tuve que hacerle una sacrificada y cariñosa extorsión que la animó: bajas y luego te prometo que te paseo en el carro, le dije. Caminamos rápido para perseguir a Da y a Ró.


Daniela se enteró de eso último y se apresuró a pedirme que la esperara para llevarla a su casa. Dana entró a la casa a descargar las fotos frescas del celular de Romina; Luciana y yo subimos al carro a esperarla. Mi llave sirve solo para abrir la puerta pero no para encenderlo, así que le pedí ––que es como exigir–– a Luciana que trajera la llave que estaba adentro, en la casa. Ella fue, porque todavía hace favores gratis, con alegría y mucho humor. Además, aprovechó para traer su pomo de agua, flaca saludable mi sister. Me dijo que Daniela había pedido un rato más, que no acababa. Quería irme pero esperé, esperamos a la guapa de Daniela.


Aprovechamos el acceso a la sencillera que tenía las monedas suficientes para engreírnos con un chocolate Triangulo y una galleta Morochas. Fuimos, dejé que Lulia pagara y recibiera los chocolates, que el vuelto me tocaba recibirlo a mí. Comimos dentro del auto, la radio alternaba entre Ozono, La Ñ y Radiomar hasta que llegó Danita. Era la primera chica que yo subía al carro después de Lu.


Contigo sí se puede hablar y no con Romina, confesaba Danita. Es que Romina está un poco ocupada, tú sabes, la defendía yo. Luciana estaba en el asiento trasero, así que yo manejaba mirando al frente, como es natural, y mirando atrás, no vaya ser que Luciana se esté parando en el carro, no le gusta usar la cinta de seguridad, flaca peligrosa. Mientras hacía las piruetas necesarias para que el auto no pasara por muchos baches, escuchaba las preguntas de Daniela para su crónica, y Luciana también, a veces me ayudaba a recordar algunas cosas de Ró: si eso pasara en estos meses de verano Ella seguro contaría que yo me baño en agua fría y Romina no, ella usa agua caliente en tanto calor, como le gusta contarme cuando la llamo por telófono o por videollamada.

Bajando por las calles, llegamos al Parque de la Cruz, que así no se llama: es costumbre en mí cambiarle el nombre a muchas cosas y le enseñó a Luciana un poco de eso que aprendí cuando mi viejo me sacaba a pasear. Dimos una vuelta, como para conocer bien las curvas de la plaza pequeña del medio; dimos otra vuelta y ya con más velocidad, confiado de conocer más donde estaba cada hueco y zanja de esa típica pista limeña. Manejas bien, decía Dana. Seguro Luciana la miró con ojos de qué cojudeces dices Dana, pero yo le agradecía en el acto sus ingenuas palabras.


El Parque de la Cruz era el límite, pues volvimos a subir, no quería alargar más el paseo. Esta vez nos desvíamos por la calle donde queda la iglesia del barrio: que lleva el nombre de un santo cool llamado Lucas. Siempre aprovecho para preguntarle a Luciana si quiere entrar un rato a ver cómo está la cosa pero ella responde, en un amargo tono que me gusta imitar: aburriiiido. Luego, no recuerdo qué le dijo Daniela pero la trató de convencer que no era aburriiiido.

Y así, tranquilos, sanos y salvos (no gracias a mi pericia automovilística, sino gracias a una ayuda superior, tal vez el santo Lucas), retornamos: aireados y relajados. Pasamos por la casa de Daniela y la dejamos con tiempo para que termine su crónica sobre la apasionante vida de mi hermana la mayor. Dimos vuelta a la manzana y ya estábamos en la puerta del hogar: salgo del carro y Luciana me sigue pisando los sillones del copiloto y del piloto para salir por mi puerta, con cuidado de no golpearse la cabeza y tocando la bocina accidentalmente cuando se apoyo en ella que, apenas sonó, me hizo pensar que esa noche suave y calmada, como siempre la pasamos, sin mucha parafernalia o cosméticas actividades, la tenía que escribir.


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[Novedades: Voy a abrir un nuevo bloJ: es que voy a tener un hermanito y el bloJ será sobre este nuevo integrante de la familia. Jajá. Mentira. Alentado por ese patilludo sueño de ser pintor (del que hablé un poco en el post) y habiendo adquirido una cámara que me acompañará de aca a un par de años, espero, me animo a abrir este otro bloJ para relajarme un poco y porque, a veces, estoy cansado de escribir.]


[Te enteras de más si sigues la ruta por Intentos de Captura.]


[Hubiera querido escribir un par de entradas más desde aquí, lejos, un problema con la computadora lo impidió. Ahora abandonaré Carolina del Sur, volveré a Nueva York sabiendo que no venceré a esa fría ciudad. Pero bueno. Luego de dos noches en Queens, que espero no me enfermen, porque están a 62 F, vuelvo a Lima el viernes, convencido de que mi casa nunca se moverá de ahí. Y para entregarle los regalos a Luciani.]

 
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