martes, febrero 17, 2009

Carta a mi hermana Luciana

Carolina del Sur, 01 de febrero de 2009

Lucianita, hermanota.

No tienes que acordarte pero yo te prometí que iba a enviarte cuatro cartas, ¡no!, miento, seis cartas te dije. Y tú me prometiste lo mismo pero no tienes que cumplirlo, yo nunca me voy a molestar contigo (y menos estando tan lejos). Eso sí, ¿estarás escribiendo en tu libretita para que cuando yo vuelva lea todo lo que has hecho no? Yo he aprendido, hermanota, que contigo y sólo contigo tengo que cumplir todas mis promesas. Por eso escribo esta carta (y espero que los chocolates que adjunto te gusten más).

Te cuento un poco de lo que hago aca. En las mañanas me despierto muy temprano, a veces yo solito, otras me despiertan y algunas veces el despertador. Cuando voy vistiéndome siento que estoy colgándome el uniforme para ir al colegio otra vez.

Ya en el McDonalds, tengo que preparar hamburguesas que es masomenos asi: imagínate que Barney abre bien grande su bocasa y yo rapidito meto mis manos para poner ocho carnecitas en su lengua y luego le cierro la bocasa. Ya, masomenos eso hago cuando preparo hamburguesas.

A veces me mandan a lavar tooodos los útiles con los que preparamos sánguches gordazos: mis manos terminan arrugadísimas por tanta agua. Otro día, cuando acabes de bañarte, observa tus dedos, así igualitas me quedan a mí luego de trabajar todo el dia.

(¿Todavía tienes el lunar de tu mano derecha en el mismo lugar que lo tengo yo?)

¡Ay!, trabajar. Mira tu, Luciani, ese verbo (un verbo es una palabra, ¿ya?). Nunca pensé trabajar. Yo soy tu hermano flojito, dormilón, comelón, así que cuando vuelva al Perú nunca voy a volver a trabajar. Y tú tampoco, yo me encargo, deja todo en mis manos arrugaditas; bueno, seguro que sí vas a trabajar, pero ayudando a mamita a lavar tu plato luego de comer.

A mí no me dan dos recreos como a tí, sólo me dejan media hora para comer una hamburguesa que se llama McChicken: aca yo como poquitito. Así que te pido un favor, come por mí, come todo lo que yo no como ahora ¿ya? y luego le pides al Manso Condedito, que hace su cunita en tu corazoncito, que me envíe toda la comida a mi barriga, y yo seré feliz porque estaré más panzoncito.

En la hora de salida, me recoje un amigo que tiene un carro que va muy rápido, casi vuela. Llego a la casa cansado, a veces ya no me baño, y muchas veces me pongo a cocinar: como mucho huevo frito, queso y hot dog. Ojalá no engorde mucho, sino te vas a reír de mí como cuando me viste por primera vez con anteojos, bandida.

Tienes un hermano monguito, ¿sabías? El primer dia en Estados Unidos me perdí en una ciudad grande y peligrosa que se llama Nueva York. Cuando seas más grande vamos a venir para que conozcas y nos tomemos muchas fotos en los lugares que todo el mundo conoce.

Me contaste por telefono, con tus respuestas rápidas, que ibas a llevar cursos de verano en la Católica. ¿Qué tal la estás pasando allí? ¿Hace frío o sale el sol cuando vas a tus talleres? Ya sé que te gusta mi universidad (sobre todo cuando mis amigos no están, pero no te preocupes, ellos duermen mucho y no estan por ahí. Si alguno te saluda alguna vez en mi nombre, diles que no soy tu hermano y sigue tu camino sin preocuparte) y que ya conoces el edificio Z y el edificio H: tú estudias en el H: donde van las niñas pequeñas a pintar y conocer los juegos del fondo y hacer arañitas. No te esfuerces mucho y sí que sí diviértete un montón.

¡La playa! que no te gusta, pillina. No te gustaba, ja jaaa, ahora hasta le pides a papá que te lleve (eso me dijo él). A mí me gusta mucho meterme al agua de la playa. Hace dos años fuimos a una playa del sur y a ti te daba cosas siquiera pisar la arena y yo te cargaba pero luego te dejaba con mamá y papá por ir a zambullirme en el agua furiosa. Las olas estaban bien grandes, hasta a mi me dio miedo pero me metí de cabeza para que tú me mires y sepas que no hay que tenerle miedo. Si tu creíste que lo que hice fue muy valiente, sé descreída, porque sólo estuve en lo que llaman la orillita, donde no hay mucho peligro. Revolotea, si vuelves a ir, contruye castillos de arena y, antes de irte, písalos y brinca encima porque sino viene la ola y derrumbará el castillo antes que lo hagas tú.

No sé si los chocolates te lleguen en buen estado (o sea, ricos) pero si no es así tú me avisas y cuando yo vuelva te compro otro más grande, o te compro dos, o tres o los que me pidas. Pero, primero déjame abrazarte cuando me veas caminar con mis maletas pesadas en el aeropuerto, cuando vuelva.

Seguro ya te aburriste de escuchar: estás mirando a otro lado y la persona que te lee esto hace esfuerzos grandísimos por tener tu atención. Vamos a hablar de los juguetes: Aca, cerquita no más, está Disney. No sé si voy a ir este verano pero sí sé que vamos a ir los dos en unos años más; si no visito Disney en un mes, ya pues, cuando tú vayas conmigo vamos a fascinarnos con lo que veamos y a los juegos que nos subamos, así juntitos, abriendo la boca de sorprendidos por ver muchas Minnies Mouse.

Por mi casa hay una tienda de juguetes y ropa de tu talla. He visto un peluche de caballo negro, parece un costal de papas y tiene los dientes grandes. Quiero comprártelo pero es bien grande, ¡entra en una maleta! También hay una tortuga verde que canta y se mueve muy divertida. Creo que sólo me gustan a mí ¿no?. ¡Las malerinas! Aquí hay muchísimas. Tú solo avísame el color que se te antoje y la talla exacta para no equivocarme como hace tiempo que por mi culpa te compraron zapatillas más grandes, que ahora usas porque ya creciste demasiado.

Hermanota, es de mañana y termino de escribirte esta carta. Me desperté temprano porque dormí en el mueble, que es más rico que mi colchón delgado del segundo piso. A la fecha, falta un mes y trece días para volvernos a ver (que no es mucho tiempo ah). Además febrero pasa rapidísimo. Hasta ese día, cuidas mucho a la family.

Con todas mis fuerzas, un abrazote para tiii.
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pD. Y yo pensé que el Post-Office de Usa no funcionaba: la carta llegó el lunes de la semana pasada y recién me enteré ayer, cuando llamé a casa. Por supuesto, cuando le pregunté a Lu cuál le gustó más entre la carta y los chocolates, eligió los chocolates.

lunes, febrero 09, 2009

Alumbramiento: el día que no vi a Lu.

Antes de Lu

Miércoles treintiuno de marzo de 2004 (año cero de la era Luciana). Recuerdo que esa noche Perú perdería un partido de fútbol con Colombia. Todavía estaba atento al televisor que me castigaba. Muchas horas antes, pero ese mismo día, Luciana ya estaba en el Perú. Haciendo caso a las coordenadas siempre lo estuvo, pero el vientre de mi madre, ese lugar tan cálido, no pertenece al Perú: en cierto sentido, hasta lo puedo reclamar como mío (y mis hermanas también).

Yo, como quién todavía no tiene hermana menor (pues ya tenía mayor), me dejaba atrapar por la rutina diaria: al día siguiente, el uno de abril, debía ir al colegio. Y para esa noche del 31, era el único en la casa que no conocía a Luciana: mi viejo, mi hermana y mi tío, quienes viven conmigo, ya habían pasado por el hospital Edgardo Rebagliatti para visitar a mi agotada madre.

Por esos antiguos días era menos despreocupado que estos tiempos. Me habían repetido tanto que era bueno en las matemáticas que yo, feliz, me lo creí. Cosa errada, nunca he sabido calcular muchas decisiones ni planes en mi vida. El día que Lu nació, tampoco supe medir lo que comenzaba.

Había vuelto del colegio y mi papá llamo a la casa: nos pedía, a Romina y a mí, que llevásemos un maletín con cientos de cosas para que mi má pase mejor la noche en ese lugar de partos. Fue lo que hicimos, aunque con hospitalaria dificultad por parte de los empleados del lugar.

Tal antiguo hospital tiene tres entradas: la de emergencias, la de pacientes internos y la de velorios. Conozco mucho la primera porque soy un chico enfermizo y la he cruzado un par de veces al año (cada año de mi vida). Intentamos por allí, pero los agentes de seguridad (dos hombrecitos vestidos sospechosamente de marrón) nos negaron el paso: será que el maletín que cargábamos les parecía una bomba, no sé. Ni Romina ni yo portábamos documentos, en ese sentido, y a pesar de aparentar mucha responsabilidad y preocupación por la madre que decíamos tener internada adentro, teníamos los mismos pocos derechos y accesos que Luciana, de unas horas de nacida para esos momentos.

Intentamos por la siguiente puerta, la de pacientes internados. Romina, de casi 18, hacía las gestiones para ver como podríamos entrar. Era la más preocupada, yo cargaba el maletín. No sé qué tanto negoció, qué cosas dijo y ofreció a cambio (no quiero pensar en que les bajó un billete, mi hermana no hace eso... yo sí lo haría) pero los agentes se conmovieron.

Igual, no tenían autorización para dejarnos entrar sin documentos; haber espere un momento, nos engañaban. Afortunadamente, encontramos a una señora que decía ser doctora o enfermera, una de dos, tal vez nos engañaba pero por lo menos tenía contactos dentro del Rebagliatti y eso nos interesaba.

Ella nos entendió, habló con unas cuantas personas y listo. Íbamos a entrar, no, chico tú no entras, sólo ella, decía el agente de seguridad señalando con el índice a Ró. Uhmm, Pucha. Algo molesto, le di el maletín a mi hermana y ya yo te espero aquí.

Me quedé recostado entre el muro y las rejas plomas de ese colosal hospital, lejos de la numerosa cola de visitantes (cada uno, seguramente, con una historia más penosa que la del siguiente). Intentaba pensar en cómo es que era mi hermanita nueva: si fue o no parto natural, cuánto habría pesado y medido, a quién se parecía, si acaso había llorado copiosamente por dejar la placenta calientita, si tenía suficiente espacio en la incubadora, si ya estaba envuelta en el rosado que ahora sé que le encanta, o en una fundita blanca no más. Ese primer día no la ví, la imagine y corto me quedaba.

Después de Lu

Uno o dos días después, mi madre llegaba junto a mi pá. En sus brazos yacía Luciana chuponeando, como mandan los instintos, los pechos semi-descubiertos de mamá, que para los proximos meses iba a estar secuestrada.

La recostaron en la cama, sobre una frazada ¿rosada?, eso ya no lo recuerdo. No entraba en sus ropas pequeñitas, su gorro le quedaba grande y la chompita, a pesar de ser chompita, tampoco tenía su medida oficial. Luciana era la fragilidad encarnada: bastaba con palpar detrás de sus orejas, en la nuca, para sentir a la suavidad, tambien hecha carne. Mi nuca, comparada con la suya, era una piedra y seguro estaba llena de sudor.

Pero nada me sorprendía más que sus dedos larguiruchos y prestos a despellejarse. Eran diez dedos que no cogían más que el aire pero, ya prensiles, se cerraban y abrían sin atender su voluntad (que si la tenía, esta se ceñía a dormir, chuponear y llorar... hasta allí llegaba su voluntad esos primeros días de abril que me dediqué a observar sin pausa sus dedos de ballet: atléticos y armoniosos sin fín).
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Up-load: Y corto me quedé. Una amiga anónima, que no quiere dejar de serlo al parecer, me ha pasado una canción que queda para la historia: "Canción de Cuna" de Los Piojos, una banda argentina. Como ella dice: escúchala.

lunes, febrero 02, 2009

No me gustan los críos



Mal harían los tiernos lectores en imaginar que mi espíritu, que adora a borbotones a su pequeña hermana Lu, está congraciado de la misma forma con cada criatura de pocos años que babee, moje su pañal, gatee o camine en este “valle de lágrimas”.

Nunca mejor empleada esa frase, pues he conocido niños que con el solo llorar llenarían de lágrimas un valle entero. Al último me lo crucé en el Dollar General, una tienda que vende de todo por un dólar.

Este espíritu no logra comprender cómo es que cuando el bebé de una persona cercana a mí (el costal que lo tiene atrapado) nace y toca ir a conocerlo, todos se agolpan tras el ventanal y mira qué lindo(a) está, dicen chirriantes de ternura. Claro, es un acontecimiento monumental, el más importante de sus días, para algunos. Yo voy a su ser, a su cuerpecito todavía no desarrollado, esa imagen de fetito que respira es, tal vez, la primera razón que hace que mi espíritu se revuelva al acercarme a los niños que yo veo. Hay cada monstruo, pensará él.

Llamo espíritu a la tenia que pasea en mis intestinos, como si fueran su montaña rusa, cuando observo la chiquititud de un bebé arrugado, recien llegado de la clínica. Pienso que solo algo como un espiritu maligno me juega esa mala pasada si es que lo intento cargar o ver cómo descansa, descreído aun de haber sido arrancado de la calidez de la placenta que lo cobijó.

Este mi espíritu es capaz de orquestar en mí una mueca de fastidio o una sensación de pulgosidad en mi piel cuando observo un(a) niño(a) majadero u otro que se cree un grandulón: por ejemplo, las niñas que se maquillan excesivamente “como sus mamis” o usan ropas reggaetoneras; o los niños pegamujeres “como sus papis”, los que quieren ser futbolistas o los que usan ropas reggaetoneras. Los veo muy contaminados con las cosas que no son de su edad y me provocan aversión. La lógica me convence que estos chiquilines, aparentemente cochebombísticos, no tienen la culpa de nada, que es la enseñanza que reciben la hacedora de todo.

Existen sus excepciones: niños con los que la paso bien. No tengo que explicar mucho que Luciana es la primera. Tambien está un primo de ocho años, el gran Emerson, que lleva la poesía en las venas y tiene un amigo llamado Ronaldiño (eso último, lo juro por este bloJ). Vive en la sierra peruana, más arriba de Huaraz, y creo que a pesar de lo díficil que es estudiar allí, él sobresale con sus ganas artísticas que debe desarrollar más, creo yo. Llevado por esa idea le regalé un libro de Julio Verne, Viaje al centro de la tierra. No sé si haya sido una buena idea por la extensión del libro y la cantidad de palabras que lo puedan aburrir: si logra agarrar el hilo de la historia habrá sido un buen regalo, de lo contrario, confío en que lo haya guardado para leerlo en un par de años más. Me dolió desprenderme de tal libro, ahora toca comprar uno original.

[ Este es un buen post que me quita un poco las dudas por lo del libro de Jules Verne: Sobre clasificaciones y aventuras (BARRIO SIN LUZ) ]

Ahí está también María Fernandina, niña guapa, atrevida y divertida. Ya pronto cumplirá cuatro años. Pienso llevarle un regalo a mi vuelta a Lima, pero ni a mí me prometo cosas: temo no cumplirlas. Una tarde en su casa, junto a Juance, Lucio y su tío, mi amigo Diego, ella me jalo de la chompa hacia el baño. Era verano y comprensiblemente me pidió que le pusiera dos mini tatuajes en su brazito. Yo, torpe, arruiné el primero con dibujo de tiburón. Aterrado de que empezara a gritonearme, me alejé pero ella solamente gritó ¡ahora te lo pones tú! Fue lo que hice encantado con ese tatuaje partido a la mitad.

Ellos son las excepciones que confirman la regla: ellos existen porque existen los niños que no soporto ni tolero. Los que están del otro lado.

El día que mi madre me comunicó que llegaría un nuevo bebé a la casa yo me sulfuré un poco. No quería, pensaba que mis padres habían sido muy irresponsables al concebir a ese Tercer Hermano en camino, que todo era un error. Renacía la tenia en mi vientre, muchos gusanos me carcomían inexplicablemente por dentro. Acaso daría yo el parto, no, no hay hombre tan valiente para soportarlo. Lleve esos nueve meses con poco entusiasmo.

Que iba saber yo que ese Tercer Hermano sería Luciana, mi hermanota, que hizo encontrarse a mi espíritu mefistofélico con mi cuerpo malhecho y ruin. Y lo hizo sin hacer nada, no tuvo que mover un dedo para eso. Ella descansaba mil horas, se apoderaba de los pechos de mi madre y de los bolsillos de mi padre, de donde sacaba pañales. La casa era para ella y sin hacer algo siquiera. Poco a poco nos fue moldeando, transformando y embrujando (a mi espíritu malo y a mí): ahora yo sé que debo servirla como el súbdito más allegado a su traviesa princesa.

Una tarde, que me tocó cargar a Luciana (ella aun no bordeaba el primer año de edad), yo sentía la calma y su rico olorcito. No lloraba, qué extraño, siempre me hacía eso y debía entregárselo a mi madre para que la calme, que las madres tienen la natural sabiduría para eso, pero esa tarde en vez de fastidiarse, con su cabecita en mi hombro y mis manos sujetándola, se quedó dormida plácidamente. Ese solo momento, que la hice dormir, me convenció que algo de bondad podía rescatar de mí, gracias a Ella y solo por Ella.

Espero que Luciana sepa comprender que yo era un chico triste y malhumorado cuando recibí reticente la noticia de su venida. Se escapó de mis manos esta “aversión por los niños”, la atrapó incluso a Ella en un primer momento, cuando yo no tenía nada claro y todo difuso. Caben unas disculpas hacia mi hermana que nunca voy a terminar de pagar por completo. Ese fantasma me perseguirá siempre.

Por eso, debajo de mí, ese espíritu maligno y chocarrero se despierta siempre en busca de niños locos que expíen esa deuda, son los sacrificados. Lo siento. A esos críos que no quiero y que no gusto, en verdad, los necesito para llevarme bien con Lu: para saber qué tan lejano puede estar mi cariño por Ella.
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Cerati: Aun al ver este video, mi espíritu chocarrero quiere despertar. Pero el video es divertido.

 
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