lunes, enero 26, 2009

Las banderas: N.N III


¿Para qué sirven las banderas?
(Desconocido gérmen de, tal vez, tres años frente a las innumerables banderas peruanas que adornan el Óvalo del Parque Kennedy por el mes de julio)



Desde que pisé suelo estadounidense, algunas juguetonas células mías cambiaron de nacionalidad: luego, estas primeras infectaron a las demás a través de un libre comercio de dolarizados linfocitos y, sin darme cuenta, mis órganos internos y externos se han vuelto una maqueta malhecha de venas , huesos, piel y músculos entreverados en los que se han sembrado varias tropas y milicias, cual constelación de estrellas (pintadas algunas del color de la bandera de este extraño país del norte), que han hecho de mis poros sus trincheras. Dentro de mí, se levanta un puente colgante con dos ejércitos esparcidos en sus extremos: los Incas del Tahuantinsuyo y los Apaches del Gran Chaparral se preparan para el enfrentamiento. Debajo hay un río enfurecido que ni el bíblico Moisés podría separar.

Debes pensar en tu Perú, en tu ceviche, en tu mazamorra morada, en tu pisco sauer, en tu suspirito limeño, en tu Machu Picchu erigido maravilla luego de un concursete pichiruchi. No, take it easy, contamínate con confianza no más, más valen los dolares que estás ganando a cada hora. Recoje para ti las costumbres que has encontrado en este hemisferio: confía en Dios (como está escrito en los billetes), léete enterito el discurso de inauguración de Barack Obama y emociónate, siéntete un nortearmericano más, adopta ese yeah que suena tan cool, gasta el agua como un demente, no intentes apagar el aire acondicionado, engorda más esos cachetes, que no hay pecado en nada de eso. Acuérdate del niño del McDonalds que, un día risueño, les preguntó, a tí y a Luciana, si las banderas acaso importaban.

Esa mañana (de aquél día risueño) Luciana estaba aburrida. Los anteriores días de la semana noté que su rutina de la televisión prendida no se había movido (porque si las rutinas se mueven estamos jodidos) así que en un arranque de ternura incólume le anuncié, pomposo, que nos íbamos a Miraflores a jugar.

Listitos los dos, caminábamos sin premura: era un día de vacaciones, cercano al 28 de julio en que se independizó el Perú de la Monarquía ibérica. No me provocaba algún evento en el tradicional Centro de Lima, así que nos dirigimos sin dudar al Kennedy, un parque ubicado en el distrito marítimo de Miraflores.

En el parque que le da nombre a la calle donde vivo (Orquídeas) existe un pequeño monte de tierra y pasto. Luciana, que muchas veces había subido a jugar en el, me contó que "cuando subes ya no hay pasto". No me había terminado de preocupar por la profundidad de esa frase cuando nos topamos con los huecos en las calles que por esos meses el burgomaestre limeño Lucas Tañeda no se preocupó en reparar rápido: en qué cuernos pensó cuando empezó a agujerear miles de calles a la vez. Luciana no compartía eso conmigo, tenía su posición política ya formada en su cabecita, como una gelatina de fresa, y me la dijo saltando: "me gus tan es tos hue cos".

Subimos a la línea 10E que nos dejaría en nuestro destino. Apenas nos sentamos en el lugar más incómodo, donde va la doble llanta trasera y hay que encojer las piernas, escuchamos que el cobrador movía las monedas que tenía en la mano, en señal de “pague-su-pasaje-amigo”. Por el sonido, parecía que tenía un diminuto grillo cantor escondido y nos lo iba a mostrar.

Cuadras más adelante, el microbús pasó encima de un hueco gigante que nos movió fuerte. Ya vez, muchos huecos hay en Lima, le dije a Lu. Ella, precisando su antes mencionada posición, respondió no me gustan los huecos en la pista, sólo en las veredas. Nada esta dicho, ya ven, paso a pasito nos vamos entendiendo.

En Lima, muchas personas tienen la necesidad de subir a los micros para vender chucherías y sobrevivir con el dinero que ganen. Nuestro carro no era la excepción: vimos desfilar a varias personas de argumentos que tocaban nuestros corazones compasivos. Luciana queda fascinada si sube un niño casi de su edad y les habla a los pasajeros, cara a cara, con la soltura que la necesidad le ha enseñado, pero ellos no subieron esta vez. En cambio, subió un señor que nos contó que había salido esa misma mañana de la cárcel, que sin perder tiempo había comprado una bolsa de Caramelos Monterrico y ahora nos lo iba vender: todo un ejemplo de recién liberado. Otro vendedor ambulante, más lunático aun, se atrevió a vender cremalleras para las casacas. No sé quién pueda comprarle esas cosas. En otras oportunidades yo he llegado a escuchar testimonios de personas con Sida o cáncer. Fuertísimo. Hay otros que, muy graciosos, nos cuentan que su abuelita está embarazada y necesitan el dinero. A estos últimos, muy tonto yo, les doy dinero.

Bajamos en la avenida Shell, de donde quedan cerca los juegos del Parque Kennedy. Era la primera vez que Luciana los veía (están escondidos) y no sabía por donde empezar: lo único que sabía era que me debía abandonar ahí mismo y correr en cualquier dirección. Yo busqué un lugar estratégico que me permitiera una visión clara de todas las instalaciones para no perder de vista ni un segundo a Luciana. En el lado trasero, junto a las hojas, fue que lo encontré. No sabría describir todo lo que se divirtió mi hermana; subiendo y bajando innumerables veces por el mismo tobogán naranja de tres metros de longitud: fue por ese tobogán que me asusté cuando Luchi no reaparecía, es decir, yo la ví entrar pero pasó un minuto y no salía. No salía. Sabía que estaba dentro pero demoró tanto en salir que llegué a dudar si en verdad la había visto entrar, o tal vez, en un momento de ficción, el tobogán la había transportado a otros parajes, lejos de mí. Por fortuna, antes de ir a buscarla, la vi salir caminando: Ella no se resbala por el tobogán, baja caminando. Tan única y deliciosa.

Podrán creer que soy un niño viejo, pero si veo esos juegos me dan ganas de subir y jugar como uno más. No con esos niños que se atropellan, sino sólo con Luciana o, en su defecto, con los amigos de mi edad. Por eso no quiero desaprovechar la oportunidad y visitar Orlando en marzo: revolotear en Disney.

Estaba solo y la única forma de divertirme era observando lo que hacían los otros niños, los cargosos. Mi pupila izquierda era para Lú y el iris derecho seguía a los chibolitos que llamasen mi atención para registrarlo en la abandonada sección de este bloJ (N.N) que viene a continuación...

Niños Notables,

I. La niña que espera a su papá para subir las escaleras (su viejo se parece al galán de
Alma Rebelde, noventero culebrón mejicano).
II. Tres niños hermanos sobre la rueda que no les importa hacerse daño con tal de conseguir mayor velocidad (conmovedor).
III. Niños que son ayudados por sus papis a subir, y que estos son a su vez ayudados por un blackberry a cerrar alguna vital transacción para su empresa floreciente. Transferencia de dinero importante para su empresa, su vida y la de su familia que ya no gozan bien.
IV. Niños capturados, subiendo intrépidamente las resbaladeras, por las cámaras digitales de sus mamis. Eso hacía el tránsito de niños en espera menos fluido.


En esas estaba cuando, ¡bú!, apareció Luciana. Le pregunté si quería que le diera vueltas agarrados de las manos. Hay mucho espacio, traté de convencerla. Pero el espacio es para correr, me dijo y se esfumó.

N.N.,

V. Niño pachoncito que, luego de bajar por la mortal resbaladera amarilla, cayó sentado y sonó duro: me miró y nos reímos, tenía pañal amortiguador supongo. Me parecía raro que siendo tan chiquito no hubiera quien lo cuide. Luego de un rato, vino un señor ya abuelo, le agarró la mano con fuerza, técnicamente lo jaloneó. El niño volvió a mirarme, esta vez con cara de “ya fui ya”. Yo le devolví la mirada de “q.e.p.d., varón”.
VI. La niña que no era peruana, me animaría a decir que nació en Rumania. Venía con sus dos papis, muy turistas ellos. Hubiera querido que Luciana le dijera hola para ver que mote le respondía la rumanita –y qué expresión Luciana pondría, o que forma de comunicación habrían podido encontrar–. La rumanita, muy valiente y caucásica, fue capaz de patear a su mami (e insultarla, por la expresión del rostro) porque no quería dejar los juegos como ésta le pedía en un inglés muy rumano. La rumanita debe estar harta, malhumorada y pensar ¡carajo! No quiero pasear por todo el mundo, ¡quiero jugar!
VII. Un abuelo, con su niña de ojos estirados, sentados bajo los juegos, en busca de sombra y calma.
VIII. La mamá que gritó !Sergio, no lo jodas! cuando su hijo Sergio se acerco y me pidió galletas que yo, ahora arrepentido, no le convide.
IX. Luciana y su frase yo quiero hacer lo que hacen los niños.
X. Las vendedoras, que no vienen a mí para venderme sus libros educativos.


La pasé sentado en ese pasto artificial todo el tiempo que Luchi jugaba. Ella volvió a acercarse y me dijo hay muchos papás parados cuidando a sus hijos (¿Habrá querido decirme que yo la descuido por quedarme postrado ahí abajo?).

Muy malo yo, decidí que era hora de volver a casa. Muy bueno yo, le advertí que tenía cinco minutos más para jugar y que los aprovechara. Pasaron diez y seguía esperando. Me levanté y la busqué para recordarle que ya nos ibamos. Te espero al costado del tacho de basura, dije señalando el que estaba en la entrada. Ya, cuenta hasta cien y voy, me respondió casi sin tiempo porque le ganaban el tobogán. Todo obediente, empecé a contar hasta cien pero tomé conciencia de eso cuando iba en el numero 20. Qué carajos hago, pensé y me golpeé la cabeza con la palma de la mano.

Al salir de aquellos juegos, ya dispuestos a tomar el carro de regreso, Ella descubrió el McDonalds y me rogó que fuéramos. Me negué, sabiendo que, antes de contar hasta cien, le diría que ya, que vamos al McDonalds. Ella no come ningún tipo de carne así que sólo quería subirse a los juegos. Como había un hombre de seguridad en la escalera, no podíamos subir si no consumíamos algo, así que pagué una hamburguesa barata. Estábamos conversando, yo deglutía la hamburguesa y Ella hacía lo propio con las papitas y gaseosa mientras sonaba una melodiosa canción: Ninguna, de un ex-Bacilos.

Pidió pis y yo le pedí a una trabajadora del McD que la acompañase. Luego de eso pasamos a los juegos donde encontramos al niño de, tal vez, tres años que miraba por los ventanales de ese segundo piso cómo es que se batían esas banderas rojiblancas. Los dos estuvieron jugando y yo, otra vez, viejito, esperándola sentado en una banca.

El asunto es que, así como cuando Luciana nació y me movió un poco la cosa, venir a Estados Unidos, nada menos que para iniciar mi vida laboral (y ojalá no reactivarla más) y conocer algunos pocos lugares con historia, seguro que tendrá radiactivos resultados aun desconocidos por mí, vamos a ver cómo se chamuscan mis tejidos celulares en eminente simbiosis. Ahora soy una parte, aunque nimia, de los Estados Unidos, como pudo ser de cualquier país. A la vez, a Estados Unidos lo llevaré dentro de mí. Y no necesito documentos para eso. Conozco algunos ilegales y no me gusta ver como la cosa se les pone dificil por unos papeles. Adónde se fue la libertad. Qué es eso de separar y amurallar porciones de la Tierra para unos cuantos.

Los ejércitos de mis antiguos glóbulos incaicos y los nuevos, los apaches (o marines del ayer), se pueden ir a pelear al río, yo corto el puente colgante. Mejor aún, que se revuelquen y mezclen en aquel río enfurecido que ni el bíblico Moisés podrá separar. Aúnanse, a ver qué sale, yo no salvaré a ninguno.

Si alguna vez, Lucianita, llegas a leer esto, has de saber que los pasaportes son una cojudez, y las banderas, una mera sábana pintarrajeada y nada más. No tienes que defenderla si no quieres, no tienes que comprarte pleitos pasados si eso te da flojera. Tampoco tienes que seguir a ningún loco que en nombre de esa bandera quiera conseguir secretos beneficios que no va saber esconder. Y que lo que importa son las personas y no los países o colectividades fanáticas. Importa lo que venga de ti y lo que viene de ti es toda una mescolanza tormentosa, en conflicto contigo misma muchas veces, que la vida te va hacer aceptar. Eso no te lo voy a poder enseñar yo, cada quien lo tiene que descubrir.

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[La vuelta de Jorge Drexler. Por escribir este post, encontré este video de su canción “Frontera” que antes había escuchado. Yo no sé de donde soy / mi casa está en la frontera, dice primero divertidaso él ... y si hay amor, me dijeron (bis) / toda distancia se salva, sigue luego todavía más bacán]







[Niños Notables -NN- es una olvidada sección del bloJ en la que busco retratar el comportamiento de los niños que pasan, cual huracán, alrededor de Lu]

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"vete de aqui, vete de aqui" (Lu dixit)

 
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