viernes, julio 25, 2008

El cuaderno que viaja

¿Luciana, te voy a servir ´bastantito' ya?
(mi mami, con voz alta, desde la cocina)



Cuando Luciana llego del colegio con el Cuaderno Viajero de la sección Travesuras, al abrirlo nos dimos cuenta que éramos de los primeros en recibirlo. Lo que nos pone menos interesante el asunto porque luego de ver lo que los otros apoderados contaron de sus ´niños salvajes´ (así llamamos, Lu y yo, a sus amigos del salón Travesuras) nos formamos una idea de cómo puede ser la historia que contemos de mi hermanota menor.

Según las reglas estipuladas en el interior de aquel Cuaderno Viajero 2008, debemos contar una historia verídica de algún paseo o viaje al que haya asistido Luciana; en su defecto, una adivinanza o canción. De preferencia hay que decorarlo con fotos o figurines (de princesas, como pidió la nena). Por supuesto que nada tenía que ser calco ni copia, sino creación heróica, como decía un latinoamericano socialista allá en los años 20.

Sólo habían escrito sus relatos Fiama y Adela Victoria. Me llamó la atención el primer párrafo de las dos. Decía algo así: “Estoy muy contenta de estar con ustedes amiguitos y con la miss Juanita y la miss Hortensia”. No me gusta la zalamería, eso no lo escribiría un niño. Un ser humano de cuatro años seguro pondría “mis amigos son unos salvajes que no saben cómo jugar conmigo y la miss, quien nunca me deja hacer nada, peor! Además que siempre me lleva tarde al baño”. Es comprensible porque lo escriben los padres, de menos imaginación que sus hijos… como ejemplo lejano, porque no tengo hijos, estoy yo.

Ahora cito a Adela Victoria que a su relato le agregó una canción del “Payaso Plin Plin” que, según recuerda Luciana, era así:

El payaso plin plin
se cayó de nariz
y de un estornudo
hizo fuerte achizz!



Fiama no quiso desentonar y nos regaló esta siguiente pieza del "Patito Lito":

El patito Lito
duerme en su cascarón
duerme tranquilito
sobre su colchón
duerme en la sala
duerme piopa!


Era una buena idea lo de la canción y sí teníamos una lyric de nuestra autoría para inmortalizarla de una vez en el cuaderno viajero, era así (ustedes intenten ponerle un ritmo adecuado):

Papá papá papá
llévame a pasear
con tu lindo carro
por todo el año
llévame a Disney
o al Play Land Park
sino a la Marina
a la Feria del Hogar.



Me parece que está buena la letra, al menos le tengo mucho cariño, es una mini-canción que inventamos con Lu bajo las colchas emplumadas de su cama cuando intentaba hacer que Ella duerma. Intento, por demás, siempre fallido de mi parte porque Ella me termina hipnotizando no sé cómo y yo caigo primero.

La conclusión fue que mejor no debíamos mirar las referencias de Adela y Fiama, podía contaminarnos. Mi amigo Melón, muy afilosofado él, diría “hay que ir contra la tradición”, tradición que estas dos niñas, al parecer, defendían peligrosamente. Luego de mucho vaivén (era la semana de examenes finales y no tenía mucha cabeza para pensar qué historia contar) me decidí a escribirle sobre un paseo que tuvimos en Barranco y Miraflores. Originalmente, eso estaba destinado para este bloJ pero, ya saben cómo son los
desvíos en la agenda, terminó rellenando los anaqueles de un cuaderno que nunca más volveríamos a ver. Pero eso no atenta contra la difusión del mencionado trabajo en esta juvenil bitácora.

Hago esa última aclaración porque no es lo mismo escribir en el bloJ que escribir en un cuaderno que va leer la miss Juanita, la directora y, tal vez, toda la cohorte de misses y auxiliares chismosonas del colegio N°4 Niño Jesús de Praga. Ése es un problema y a la vez un reto: adecuar la pulsión de mi lenguaje escrito, muchas veces descarriado, al inmaculado espacio que tal amasijo de 100 hojas marca Loro representaba.

El título era otro problema. Inicialmente quise “El Ocaso en Barranco”, pero lo vi muy “depre” (cómo pa´ bloj!) y luego salió “Paseando con mi hermano”, no, muy cojudo. Sonaba como “Bailando por un sueño”, programa de burbujeante y, para mí, de inentendible éxito en el rating (salvo que vuelva el Puma Carranza al plató). Ya se verá cuál elegí al final. Para la presentación, yo sólo escribiría menos dos hojas y Romina, la hermanita mayor, se encargaría de buscar las fotos adecuadas para ilustrar el texto. Es por eso que el próximo post contendrá aquella historia, pero ahora les dejo un extracto para que vayan entrando en calor.

Luego, yo, para no acercarme a las palomas, les gritaba un poco lejos o les hacía bulla con mis pasos: ellas alzaban vuelo. Cuando de repente una señora ya mayor me dijo que no las molestara tanto y yo me fui donde mi hermano pero sin darme cuenta tropecé y me golpeé fuerte la rodilla. Mi hermano se apuró en recogerme, frotarme y soplarme donde me dolía. Y así, los dos sentados en el suelo escuchamos la voz tenebrosa de la mujer protectora de palomas que decía, con su sabia experiencia, “¿ya ves lo que pasa por molestar a las palomas?”

Con ustedes, el unplugged de mis dos hermanas. Que tengan unas tranquilas Fiestas Patrias, yo me quedaré acurrucadito con Lu.



No pido mucho, solamente el puesto 21. Como dicen en el futbol: el mejor perdedor.

lunes, julio 21, 2008

Desvíos en la agenda

"A mi me gusta la sal porque yo nací desde que me gusta la sal "
(Luciana, 4 años, contundente argumento para dejarla comer toda la sal que quiera)
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Hace un par de semanas le debía una salida al cine a Luciana. Quise llevarla a ver “Valentino…” pero aquel día no se pudo. Cuando volví de las clases en la tarde, ya estaba dormida; y no hay, nunca hay corazón para mover a una niña que duerme con la paz que uno mismo no puede encontrar. Es mejor contemplarla y aprender de su imperturbable tranquilidad y ronquido sereno. Además, había consultado la cartelera y no encontré ninguna película de dibujos al menos a dos distritos a la redonda. En Larcomar todavía proyectaban ese film peruano (con voces de Christian Meier, Gisela y etc) pero eran tiempos en que aún me dolía gastar dieciséis soles por entrada.
De todas maneras llegué a almorzar, mi madre tuvo que salir a comprar y me dejó al cuidado de Luciana (o viceversa). Así que, necesitado de aventuras con Lu, le dije que nos íbamos a buscar películas a los cines de por aquí. Le advertí -porque siempre prefiero advertirle a los niños antes de hacer algo, se evitan riñas innecesarias y bullangueras- que tal vez no habían películas y si eso pasaba tendríamos que ir a los juegos del sótano un rato y volveríamos rápido porque yo tenía que leer mis lecturillas académicas.
Quiso cambiarse de ropa como si fuese a una fiesta, pero le dije que al cine hay que ir cómodos y que, si íbamos a hacer esto siempre, no había porque ir tan formalitos o arreglados. El cine Las Américas salía más rentable para mi bolsillo pero dado que era su primera película en el cine debíamos ir al Cine de Metro por los asientos (más decentes). Ocho soles por cabeza los podía soportar; además que, si Luciana no mostraba su cabeza en la ventanilla, por ahí que ella no pagaba y nos alcanzaba para las canchitas (dulces, porque las saladas provocan sed y la sed provoca más gasto).
Camino al cine, tuve que explicarle un poco las “reglas del cine”. Le anuncié algo así: el cine es un cuarto grande y oscuro, donde hay asientos cómodos para sentarnos y ver toda la película en una pantalla más grande que nuestra tele. No hay que hacer mucha bulla para que todos podamos escuchar; si quieres hacer pis, mejor que lo hagas antes de entrar para que no te pierdas ninguna parte de la película.
Hice esto antes, cuando fuimos al teatro. Esa oportunidad le anuncié que los asientos eran cómodos pero, cuando llegamos al teatro del Icpna, en jirón Cuzco, para ver El mago de Oz, nos encontramos con sillas metálicas (de esas que usan en el catchascán para castigarse), le dije que en el teatro no se hacía bulla pero, como nunca había ido a uno, y olvide que habrían niños más gritones que nosotros, en la primera escena cuando Margareth se transportaba al mundo detrás del arco iris los niños ya hicieron sentir su bulla; Cuando salió la bruja ya los gritos alcanzaron decibeles insoportables. No había que ser muy rígido con las reglas en los espectáculos de menores.
Llegamos al cine, elegimos las escaleras eléctricas para subir y, una vez arriba, por más que buscamos y buscamos en cada pancarta colgada en el cuarto piso, donde están las boleterías, no había nada parecido a una película de dibujos animados o en 3D. ¡Maldición! Qué clase de cine es este.
Bajamos, yo derrotado y ella feliz pensando en mi promesa de ir al sótano, donde estaban los juegos, pero antes quise comprarme unas alitas de pollo en el super o hiper o hipersupermercado del primer piso. En el tercer piso hay un Gold´s Gym y en el segundo piso, coffiures. El quinto tiene una improbable discoteca y el cuarto piso albergaba las salas de cine. ¡Gracias Metro, tienes todo lo que necesito! Para ser feliz, cuidarme el cuerpo y endeudarme, claro está. Como a Luciana se le hace difícil comer carnes, sólo compré para mí y a ella la contenté con un Pulpin (craso sería mi error al creer eso porque luego me pidió uno más).
Llegamos al sótano de los juegos mecánicos que tiene un tobogán que ya no resbala y los niños tienen que bajar caminando o subir igual. No había necesidad de comprar las monedas para varios niños porque se trepaban e imaginaban que ya estaba prendido el artefacto. Luciana sí me pidió monedas pero tuve que empuñar la mano y resistir sin sacar más monedas, inventándole nosequé. Ella corría sin zapatos, no los había dejado en su sitio, y como sus eventuales amigos se fueron tuve que suplirlos pero no me atreví a subir a esos juegos tan hechizantes para las despistadas niñas de cuatro años. La próxima vez que tengamos el juego para nosotros solos no pasará igual, aunque me descubra la señorita que es cuidadora pero que nunca está. Tengo que vencer aquel trauma de mi infancia; el día que quise entrar a unos juegos, pero mi altura, por la que era reconocido en otros ámbitos, ya me traicionaba y una señorita cuidadora me atrapó las piernas cuando me escabullía exitosamente por las escaleras que desembocaban en mi objetivo: la piscina de pelotas donde me escondería cual comando anfibio de las fuerzas especiales de la Marina, a la que años después habría de renunciar de postular por quedarme con una vida más aburguesada en la universidad, el único objetivo que mis padres concebían para mí.
(Nótese todo lo que me desvío por unos juegos mecánicos)
Nos aburrimos y decidimos irnos (haciendo valer mis 18 años para darme autoridad en esa decisión, que ahora recuerdo no tan conjunta y persuasiva de mi parte). Ya estando en la puerta por salir dimos media vuelta y entramos al supermercado otra vez, atraídos por el afán consumista que, esa tarde, sí compartíamos bien. Yo agarraba de la mano a Luciana de vez en cuando para estar seguro que aun estuviera ahí (y es que una vez se me perdió… en la casa, pronto contaré eso). Cogí la infaltable chocolatada de a sol y una galleta para Luciana. Ella, mona como ella sola, quiso que lleváramos el carrito para que la suba y pasear un rato pero le dije que no sería necesario porque no compraríamos nada más. Hizo unos mohines de todavía-no-me-quiero-ir, caí rendido y fuimos por aquel móvil. Fuimos a la sección Frutas y sacamos naranjas, no muy caras, intentamos unos mangos pequeños, imposible, no alcanza Lucianita, quedaban unas pequeñas peras dulces –que nunca llegué a probar– y mandarinas todas sanitas. Luciana sabía que tenían que pesar las bolsas en la máquina para que nos pongan el estiquer con el precio, pero no sabía colocarles el cintillo adhesivo que, luego de un par de intentos fallidos que la irritaron, logró dominar en el arte de romperlo con la cuchilla que venía con el aparato. Rodear el pico de la bolsa con el cintillo también fue problema.
Luego, fuimos a la sección Panes & Embutidos y terminamos comprando caramanducas (no había papapán a esa hora de la tarde). Continuamos en la zona helada que tuvo la culpa de que, al día siguiente, a Lu le rebrotaran los ataques de tos. En verdad fue mi culpa ya que detuve el coche ahí mucho tiempo por elegir el color de bati-shake que le gustara.
Fuimos a la caja, pagamos (pagué). Luciana recogió las bolsas, dándose aires hacendosos, y luego me las dio porque ya tenía en sus manos el bati-shake rojo, rojo que simboliza las fresas, y volvimos al hogar justo para la hora del té. Teniendo en cuenta la diferencia horaria con Greenwich, y el tan moldeable uso horario de Cabana que nuestro ex presidente patentó; las agujas marcaban las 6 y fracción pm., nuestra hora peruana del té. Era, pues, legítimo abrir la bolsa de caramanducas, dejar las frutas en su sitio para otro momento, y repartirlas entre tres: yo, Lu y Romina, la primogénita (nótese, el burro por delante). No había té pero ése es un detalle que se puede pasar por alto, porque de los tres ninguno estaba dispuesto a prepararlo. Además, el chantaje conocido por nosotros Romina, ya trajimos los panes tu prepara lo que falta es sabido que no funciona desde nuestra condenada condición de hermanos menores.
Los tres en la casa esperando a mamá, que deja pedidos de Omnilife por todo Lima, sabíamos que ya no era necesario planear nada y que las cosas solo nos tenían que pasar y no había que molestarse por eso. Más aun, Luciana presente es capaz de cambiarle el día a cualquier antropoide que se precie de guiar sus horas del día desde una Agenda 2008, con ilustraciones y demás.

lunes, julio 14, 2008

Ni hoy ni nunca más

-No quiero ir al colegio ni hoy ni nunca –sentenció Luciana llorosa e insegura pero sin retroceder un hilo de voz.

Días atrás nos había insinuado, a mí y a mi madre, que su amigo Luis Enrique la molestaba a toda hora en sus clases del Jesús de Praga. Este colegio estaba a dos pasos de la casa de Pueblo Libre y nos había acogido a mí y a mi hermana cuando pasamos uno tras del otro por los salones a los que ahora no quería volver Luciana y que yo, cada vez que la recogía al mediodía, sentía diminutos y sofocantes. Según Luciana, que gustaba hablar poco del tema, el tal LE la golpeaba, la interrumpía, no la dejaba ser… tal vez el maltrato psicológico estaba siendo profundo, pero eso ya quedaba a mi imaginación, a la que tenía que recurrir para entender un poco el silencio de Luciana.


Ya eran las ocho y su colegio abría las puertas quince minutos después. Estábamos con mi madre en el cuarto y no soportaba ver a Luciana con ese tono suplicante por no ir al colegio “ni hoy ni nunca más”. Casi imponiendo mi voluntad le dije a Lu, sin consultar a mi madre, que por hoy no iría, que no se preocupase ya por eso. Perder un día no era tan grave, solo que había que ver cómo convencerla de hacer que reconsidere su posición de no ir al colegio nunca más. Ese día la recogería y le compraría un helado a la salida como no había hecho el día anterior, porque me procuraba el placer de recogerla ininterrumpidamente todos los días de la semana cristiana, placer que le robaba a mi madre que había tenido el monopolio de ese privilegio el año 2007.
Intentar conversar con Lu era, como me paso en otra ocasión, así:

-Mamáaaa ¿De qué color pinto el sol?
-¡Amarillo!- gritaba mi madre desde la cocina.
-Porque tendrá que mandarle como pintar- pensaba yo… y le decía- ¿No quieres pintarlo de verde mejor?
-No, mi mama me ha dicho amarillo, mamá reiner me esta molestaaando-seguido por- Vete de aquí, vete de aquí.

El sol es amarillo pero para la imaginación de un niño está mejor que lo piense de mil colores. Es como predisponer a mi hermana a no hacerle caso a la realidad y la desafíe, que entienda que siempre son posibles las variantes. Pero Luciana no me dejaba molestarla con eso último. Por eso mismo era difícil sacar conclusiones con lo poco que recogía del testimonio de Luciana cuando argumentaba no ir al colegio. ¿Y ahora qué le digo?

Puede parecer que la siguiente alternativa tendría que ser pensada luego de un tiempo razonable pero todo se me ocurrió esa misma mañana: había que cambiarla de colegio, era clarísimo. Le aterraba entrar a ese colegio y no había necesidad de hacerla pasar más por ese trance. Luego salió la posibilidad de cambiarla solo de salón, después de cambiarla al horario de la tarde. Marita, una de las ultimas vecinas que había llegado a la Quinta Jesús, que siempre tiene motivos para entrar a la casa, le había aconsejado a mi madre “seño tiene que llevarla aunque llore, hay que ponernos fuertes, porque si no cómo”. Yo escuchaba eso en la trinchera que era mi cuarto donde iba a la mitad con una lectura sobre Loreto y sus gomas extraídas a inicios del siglo XX pero, a decir verdad, era un ejercicio nulo dirigirme a la sala para tratar de convencer a Marita de lo contrario. Me remito a la última vez que la quise convencer de mi mayoría de edad porque le parecía una falta de respeto servirme un vaso de cerveza y, peor aún, bebérmelo frente a mi sacrosanta madre. En fin, una discusión bizantina que en el mejor de los casos me llevaría a rechazar su oferta cervecera, contrariando los ideales pre cirróticos que mi familia tenia de mi, ideal que no me he esforzado en desinflar.

Marita continuaba:
-Si te pega, tú tienes que darle más duro porque con una vasta, vas a ver que no se te van a acercar más –Luciana la miraba sabiendo que no haría lo que le decía Marita, porque ella no era así de peleandera.

Si pues, tenía que saber defenderse de los demás. Así que le intente enseñar uno que otro insulto para que se los lance a su compañero el pegalón. Fueron los agravios más suaves que encontré. Todavía tenía cuatro y no podía tampoco violentar su inocencia de esa forma. Había que esperar hasta los cinco años de vida.

-Como no has ido al colegio vas a estar castigadita todo el día y no vas a salir ni jugar con nadie. Ahora has tus tareas ahí sentadita -decía mi madre.
-Ya –respondía Luciana, olvidándose, o no importándole, que no cumplía nunca lo que prometía.

Otra vez, intentando que se olvide del tema del colegio, le prometí que la llevaría al cine para ver alguna película de dibujos que le agradara, y por consecuencia irremediable, me aburriera infinitamente. Era verdad, tenía pensado llevarla a ver Valentino y el Clan del Can, solo le pedía tomar la sopa y comer el segundo. Esta invitación contravenía expresamente con la disposición de mi madre de no dejarla salir a ningún lado porque “no has ido al colegio, te has portado mal”. Yo sabía que luego me ganaría un regaño de la señora Blanca por pasar una vez más encima del mandato categórico que había dejado, en el fondo quería suavizarla porque faltar un día al colegio no es nada terrible ni indicador de una futura revelación mayor de la niña Luciana (el tiempo escribirá esto que dejo en paréntesis y lo hará mejor que yo)

Ese jueves no tenía clases en todo el día. Solo iba a las tres para mi primer ciclo como alumno libre de Filosofía Moderna, de la cual salía embobado y dispuesto a cuestionar hasta el recorrido aherrojado y viril de una comunidad de hormigas llevadas por el deseo irrestricto de conseguir alimentos que guardar para tiempos de vacas flacas que seguro nunca les llegarían. Fue así que mi madre, Luciana y yo nos sentamos a la mesa para almorzar. Luciana es inquieta y no deja de pararse para ir a la puerta por cualquier ruido impertinente de la calle. Luego, ya bajada de la mesa, se olvida de volver a ella y yo:

-¿No me vas a acompañar a comer? –con el fin de hacerla subir.
Esta vez resultó, e investigue nuevamente lo que la movía a dejar el colegio. Porque estaba convencido de que no era tan fácil entender el problema solo con el argumento del niño LE que le pegaba. Ella dijo:
-Es que extraño a mi mamá.
-Pero sabemos que mamá está en la casa preparando el almuerzo y de aquí no se mueve, además está cerca.
-No quiero ir al colegio –seguido por un amago de llanto incontenible tal vez.
-Hijita yo no me voy a mover de aquí.
Fue entonces cuando se me ocurrió inmolarme ante tal preocupante situación.
-¿Qué te parece si ahora mamá te va a recoger mañana y todos los días? –esbozo una primera sonrisa incompleta y para salir del apuro.
Aumente.
-Yo le puedo dar el dinero para que te compre tus helados todos los días –completó la sonrisa y me respondió.

Usaba la palabra “dinero” en vez de “plata”, no me cuestiones, ¿acaso no suena más literario?

-Ya –Dios mío, ¿misión cumplida? ¿Me estaba diciendo la verdad? ¿Iría al viernes al colegio?

Había que esperar y que no se tire para atrás en lo que habíamos logrado. Lo que no me obnubilaba para pensar en mi inoportuna intención de recoger a Luciana todos los días. Ya no quería que yo vaya a recogerla, así de directo, sin rodeos, sin guachitas ni fintas innecesarias como Reimond Manco. Era un foul artero, merecedor de tarjeta roja y pifias de la tribuna rival, que era la más. Pero lejos de deprimirme como los modernísimos emos, tan sensitivos en ese sentido, había que replantearme esa situación y ver no que había hecho mal ni bien, sino como reencontrar a mi Lucianita, aquella que quería que la recoja sin importar el helado de por medio, que era una de las tantas cosas que hacer con ella que me proveía fuerza, que me llenaba entero.

Así que fui a la universidad contento y despejado para zambullirme a las clases de filosofía con Levy, el profesor. Me encontré con mi pequeña amiga Vanes y le conté. Ella, cómplice de Marita y mi madre en sus métodos de guerra fría entre niños, me increpó.

-Ah no ahí sí que no estamos de acuerdo. Ahí sí que Luciana no puede sacar su banderita blanca y que viva la paz que viva la paz, sino no va saber defenderse -decía.
-Por eso le he enseñado malas palabras, esta mejor que los hinque con esas malas palabras y no que se exponga a que el tal LE le responda más fuerte en caso de que se peleen. No quiero ver marcas de golpes en mi hermana por seguir el tonto orgullo de no dejarse pegar.

No es que tenga que dejarse pegar y molestar por iracundos cavernícolas de cuatro años, pero diciéndoles “idiota!” o “tonto” dejaría cortos a los niños. Porque los niños a esa edad, por muy maltrata-compañeras que sean, son fáciles de controlar con un grito o una palabra que no entienden. Luego ya venía la ayuda de la miss Juanita, del salón Travesuras. En ese momento, corregiría al killer que había osado traspasarse con mi hermana de cuatro y tal vez a Luciana también la recriminaría por haber dicho esa palabra, “¿Quién te enseña eso?”, le diría. Luciana bajaría la cabeza y a la salida la miss hablaría con mi madre del mal comportamiento de la alumna. Yo convencería a mi madre de que no le haga caso a Juanita y alegraría ese día a Luciana. Esos eran mis perversos planes. Luciana quedaba vengada y LE, disminuido, no volvería a intentar algo tan temerario como molestarla. Ojalá.

lunes, julio 07, 2008

Día primero, Año uno.

Uno se construye con lo que fue, hizo y dejó de hacer. No podemos escaparnos del ámbito borroso que es la infancia. Podemos recordarla empapados de felicidad, serle indiferente o renegar de ella, pero no dejarla de lado, siempre va estar ahí y nos recordará lo que somos. No me refiero a las fotos que guardamos, y que todos ven, por ende, a esos recuerdos que se comparten con los demás, sino a lo que queda guardado en el inconsciente maldito, ese que se guarda las explicaciones para sí.

Este bloJ será un intento, desde mis ángulos, de rescatar del Olvido las vivencias con mi hermana menor Luciana. Será una vista muy particular de la relación que un chico de 19 guarda con su hermana de 4 que, imagino, irá tomando nuevos rumbos a medida que vayamos trepando en la escalera de la edad. Esa es la idea, ruego que si les suena monstruosa, con toda razón, dejen de leer esto y sigan con sus deberes que yo seguiré con los míos.

Ustedes, invalorables internaúfragos, se involucrarán en historias que pienso no merecen quedarse encerradas porque ninguna historia lo merece, porque contando nuestros relatos busco sentirme tan valiente como Ella, porque Luciana me divierte, me enseña y me vuelve a enseñar cosas que yo creí aprendidas y, claro, mi hermana también me saca de mis casillas, a las que vuelvo despacio y con su sola sonrisa.

Es así que este espacio albergará lo que ella y yo compartimos en el silencio que nos pertenece a los dos (silencio, que mejor llamado, es complicidad) pero que no está exento del Mundo que nos rodea y en el cual procuraremos aventurarnos.

Por otro lado, tengo la curiosidad por escuchar lo que me dirá (gritará y puteará) Luciana cuando descubra este bloJ y lo lea línea por línea, título tras título, post por post. ¿Álguien sabe qué cosas le tocaron vivir de niño exactamente? Se acuerdan un poco (las fotos ayudan) pero no todo y nadie les contará con detalles que fue lo que hacían, cómo se movían. Por eso la pregunta es: ¿Quieren que alguien les cuente su infancia olvidada? Solo importa la respuesta de una persona. Mientras tanto, síganme los nobles.
 
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