lunes, noviembre 24, 2008

Charla técnica


“Mami, ¿cuántos años tendrá B-Jay no?”

(Luciana, 4 años. Lo mismo me preguntaba yo sobre Timoteo en mis años mozos)


Era un cuarto para la una de la madrugada y Omarcito, un amigo de la universidad, me citó vía messenger a un partido de fulbito a la mañana siguiente, nueve horas después. Yo siempre me retiro del fútbol, juego una vez por semestre, y cada vez que lo hago termino adolorido por todos lados y con una ampolla en la planta del pie derecho que le muestro a Luciana, quien pone su mirada compasiva, entendiendo y tal vez sintiendo el dolor que me aqueja y me hace caminar como dando saltitos. Ella me ayuda con las cremitas, el algodón y la cinta adhesiva Scotch que usamos para envolver artesanalmente la viva herida.

Tal vez vaya al partido, le escribí a Omar. No, ya te conozco, tú me dices tal vez y nunca vas, dame tu palabra de hombre, me desnudó y renovó en mí el miedo a las palabras, porque son como cárceles de las que no podemos escapar. Ya, por ti me acostaré a la una para levantarme temprano, ahí estaré, le prometí una vez más. Luego proseguí, antes dime cómo va quedar la U mañana, necesito de tu sapiencia futbolística. Él respondió, de hecho ganamos 2 a 1 varón...besos, chau. Me contagié de su optimismo y vivacidad. Finalicé, ok, me quedo más tranquilo, chau.

Me acosté a las tres am, solo tendría seis horas y media para dormir. Despertaría nueve y media y saldría raudo a las canchas de la universidad. Dormí con frío y sentí que me podrían venir calambres en lo que quedaba de la noche o las pesadillas de siempre, todas iguales ––a veces pienso que mi vida transita por un camino que me lleva directo a una pesadilla, un momento duro que tendré que pasar en algún momento y del que no saldré fácilmente––.

Desperté a las nueve, así que había tiempo para alistarme con tranquilidad. Como siempre, Luciana estaba mirando televisión. En el canal 40, a esas horas, transmiten programas que, como yo estaba de vacaciones, me pongo a mirar con Luchi. En verdad, Ella mira y yo sigo durmiendo por lo que sería más exacto decir que la acompaño.

– ¿A dónde vas? –me preguntó, como lo hace cada vez que me ve alistándome para salir–.

–A la universidad.

– ¿Para qué, tienes clase? –Otra vez ahí, mientras me ajustaba las zapatillas–.

–No. Voy a jugar fútbol con unos amigos.

– ¿Por qué? –empezaron sus preguntas inquisidoras–.

No sabía por qué tenía que ir. No me había puesto a pensar en la naturaleza de mi decisión. No le parecía suficiente que me vaya y a mí sí; he escuchado que es normal que pregunte porque está en la edad en que necesita que le expliquen cada movimiento que hace cualquier ser vivo. Ojalá nunca deje de preguntar.

¿Por qué voy a jugar fútbol? Porque me gusta ese deporte, porque hace tiempo que no lo practico, porque me aburro en la casa, porque los mezquinos amigos peloteros que tengo me llaman (y yo salgo como un camello), porque si no voy no va a haber plata para que inscriban al equipo en un torneo relámpago, etc. El asunto es que cuando Ella me pregunta el porqué y el qué de las cosas ninguna de las razones me parece suficiente tampoco.

–Porque quiero, tengo ganas – ensayé.

– ¿Y por qué?

–Hace tiempo que no voy.

– ¿Y por qué no vas?

–Porque estoy ocupado –ni yo creo eso–. No tengo tiempo pero yo vuelvo para almorzar ¿ya?

–Ya cuez /pues/.

Me acomodo los pasadores mientras sigo riendo con Luciana de algo que ya no recuerdo qué fue. Ella sigue hablando. A la vez, voy dando cuenta de los panes con mantequilla que me han traído sin la tasa de leche correspondiente (y que alguna vez prometí nunca dejaría) porque el tiempo me gana y no voy a llegar a la cita pelotera, comenzarán sin mí. No importa. Si he sido capaz de dejar de estudiar para exámenes importantes por pasar un rato más con Luciana (“ay qué lindo”) porqué no he de perderme un mísero partidito en esa cancha dura de la universidad. Apacíguate varón, disfruta de esa mañana risueña junto a tu coleóptera hermanita.

Salgo de mi casa. Camino rápido rumbo al paradero con mi antigua indumentaria deportiva: zapatillas Umbro de cocada baja; un blanco suspensor y una bermuda playera; y algún polo que esa noche no usé para dormir. Camino reclamándome ¡porqué nunca me despierto más temprano! Llegué y reparé en que no era el único tardón, sino que quedé entre los tardones más responsables porque habían llegado dos o tres, pero no todos.

Empiezan a llegar los demás. Todos se acusan de incumplidores, de impuntuales. Y cómo les explico que me quedé jugando con mi hermanita (digo hermanita y no Lucianita: no me gusta extenderme en explicaciones sobre quién es Lucianita ante extraños), si les digo eso literalmente me van a mirar contrariados y comprobarán nuevamente que soy un huevón que juega con su hermana menor. Ja. Les digo que me quedé dormido, listo, no molesten y a ver, cuanto hay que pagar pa´ lo del equipo, que es para lo que finalmente somos útiles todos los que arreglamos esa cita vespertina.

Charlar con Luciana esa mañana fue como haber charlado con el mejor técnico de la historia del fútbol, que me indicaba cómo me debía mover en la cancha: esa mañana me salió todo, o la mayoría de maniobras dribleras que quise hacer, como generalmente no pasa. Bueno a nadie le pasa que en un partido le salen todos los truquetes masomeno-aprendidos. Y menos si juegas con tus amigos los mezquinos que tienen como ley natural no reconocer el esfuerzo de las jugadas que tú consideraste más arriesgadas y no salieron. Debo hacer la salvedad, todo eso de la mezquindad desaparece cuando se alcoholizan y son los más solidarios y regalones.

Volví para almorzar, pero un poco más tarde de lo que prometí. Ese ejemplo que le doy: ser impuntual. Ojalá que no sea lo que recoja de mí y nada más. Hace unos días le prometí ligeramente que volvería a las nueve pm para hacerla dormir (“ay qué lindo”). Era fin de semana y por quedarme con unos amigos del barrio traspasé largamente la hora prometida. Cuando llegué a casa, mi madre me dijo que Lu me estuvo esperando y, como no llegaba, se durmió entre lágrimas. Me sentí mal, yo le había hecho esa promesa para escapar de los aprietos en los que me pone con sus preguntas. No me gusta mentirle pero lo hago descaradamente muchas veces.

Mentirle a una nena no es un trámite menor ya que luego te reclamarán la falta apoteósicamente, es un foul por el que merecemos más que una tarjeta roja. A mí me gusta estar atento a esas pequeñas cosas, las que no se sienten y, justamente por eso, quedan imborrables. No si dejé de comprarle alguna golosina preferida, o si le quitaron el cable a la vecina, o si ya llega la navidad, o si la vecina se molesta si no como, o si el maquillaje, la fiesta, la pijamada… A mí me preocupa, Lu, estar a tu lado y hundir mis dedos en tu pancita, darte cosquillas, puntillazos de risa. Mi grande hermana, así de pequeño quiero ser para ti.

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VIDEO: Esta canción de Barney (manzanas y bananas) es muy pegajosa. Lu, Joaco y Sofi , tres emos argentinos perdidos en Youtube, la interpretan y danzan con "pollador" descaro juvenil.


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