lunes, noviembre 30, 2009

La mentira de la ducha


-¡Luciana, ya está llena la tina. Ven! -vocifera mi madre desde la cocina-.

Me despierto con sus gritos. Bajo de la cama, voy a la cocina. Le pregunto si hay sopa ramen para desayunar. Me dice que sí y que “llama a tu hermana (Luciana) que la ducha está lista”. Yo feliz.

Fui al dormitorio de Lu. Estaba en toalla, bajo las colchas, con frío. Apenas me miró, se molestó. Rumió por el desagrado matinal de verme. Ella es así, si no despierta de buen humor, hay que conquistarla suavemente cada día. Tal vez sea normal a su edad, pero para mí, Luciana ya está cargada de cierta cólera innecesaria que le transmitimos los mayores y por eso reacciona así.

Ella siempre busca a mi madre pero, como aparecí yo, se molestó. Para barajarla, continué mi camino en ese dormitorio que está dividido en dos. Al otro lado dormía Romina, mi otra hermana. Así que me hice el que no vi a Lu molesta y le dije a Romina lo que le debí decir a Luciana.

-¡Romina, dice mi mamá que vayas! –ahora Luciana me prestaba atención-.

-Ay, no molestes –me dijo Romina, que miraba cómo le hacía señas para que me siguiera la corriente-.

-¡Ya está lista la ducha, Romina!

-Ay, ya, dile que me espere, que ya voy –dijo Romina, la cómplice, con voz soñolienta-.

-Mamáaaa, dice que ya va –le grité a mi madrecita y me dirigí a Lu esta vez-. Pucha, Romina no hace caso –esta vez Luciana me prestaba atención, lo estaba logrando-.

Era el viejo truco de confundir a las hermanas para llamar la atención de la menor, en este caso, Luciana. Quien tenga dos hermanas, una de 21 y la otra de cinco, comprenderá lo que digo.

-Romina es una malcriada –decía Luciana, con poses de vieja renegona-.

-Sí pues, sigue dormidaza. ¿Ahora qué hago para que se mueva?

-No, no. ¡Cárgala!

-Verdad ¿no? pero pesará mucho.

-No, no pesa, yo la he cargado –lo que era mentira obviamente-.

En ese momento, cambié el chip del hermano despistado. Hice los mohínes de quien repiensa lo que le han dicho y le dije a Lu.

-Ah, pero de repente mamá me estaba hablando de ti, porque tú también eres mi hermana. Yo tengo dos hermanas. A ver –abrí la colcha-. ¡Ves! Tú estás con tu bata, ¡tú eres la que se va bañar!

Lo negó todo, quería insistir con mi táctica del chico despistado, que confunde una hermana con otra. Lástima, Luciana, que todavía soy un poco más listo que tú y usé eso para que me hables con fluidez. Pero algo muy distinto era ahora llevarla a la ducha: el reto era que lo haga por sus propios pasos.

-Ya sé, tengo una idea –le dije usando el viejo truco de llamar su atención con una migaja de imaginación-.

-¿Cuál? –respondió ella, como quien mira un farolito sobre mi cabeza-.

-Yo voy a distraer a mamá en la cocina para que tú te metas a la ducha sin que te vea. Luego la abres y cuando mamá escuche que cae el agua yo le diré “ves mamá Romina ya está en la ducha como te dije”. Entonces ella se sorprenderá y me dirá “pero yo no te dije Romina, ¡te dije Luciana!”.

-Jajá, ya-ya. Pero rápido rápido.

-Ok, yo te aviso ah.

Listo. Ella sería llevada por sus pies, convencida de bañarse y orienta a cumplir cada paso de mi plan, que tenía como esencia poderosa la mentira. La mentira que revolotea a cualquier niño y que yo sigo con fascinación.

Esto no lo vio Lu: fui donde mamá, le dije en voz baja que se metiera conmigo a la cocina. Con voz sobreactuada dije “mamá, ya viene ya. Más bien, ¿dónde has guardado el sobre de Ramen?”. Ella me dijo “qué bueno, que se apure nomás. Espérame que yo te busco el sobre”. Luego dije “oh, gracias” y fui corriendo donde Luciana a darle la señal para que salga corriendo a la bañera.

Entré al dormitorio, ella me vio y le dije “¡vamos: corres y abres la ducha!”. Ella se puso con locura las sandalias especiales para el agua y corrió detrás de mí. Mi madre seguía en la cocina buscando ficticiamente un sobre de sopa instantánea.

Volví a la cocina a escuchar cómo Luciana abría la grifa. Cuando pasó dije:

-Ves mamá, Romina ya está en la ducha.

-¿Romina? ¡Yo te hablaba de Luciana! –me dijo sobreactuando-.

-¿Quéeee? No me digas. Con razón Romina me decía que no quería bañarse.

-A ver voy a ver, le voy a decir que no se bañe.

Dijo mi mamá antes de abrir la puerta del baño. Asomó su cabeza y se dio con la anunciada sorpresa que era efectivamente Luciana, como ella quería. Del otro lado, Luciana pensó con natural carcajada que mi madre había sido engañada por nosotros dos, que nos educamos desde tiempo atrás en el arte delicado de paladear la mentira.

Sin querer, Luciana me enseña a mentir siempre. Mentir qué hago, qué miro, con quién salgo: claro que yo lo hago con calculada malicia. Ella lo hace llevada por las ganas nobles de controlar el mundo, de tenernos en su poder o llevarnos a su territorio, aquel donde ella nos pueda manejar como títeres.

En el fondo, dicen algunos expertos, busca seguridad. Ella tiene cinco años, naturalmente no puede modificar el mundo a su antojo. Por eso usa la mentira, monta sobre la realidad la verdad que necesite y me busca meter en ella. Yo no lo pienso una sola vez antes de acompañarla en su aventura. Aunque a veces me irrita, debo entender que esté es un entrenamiento que no debo interrumpir para cuando verdaderamente tenga que manejar los asuntos importantes de la ciudad.

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Recomiendo esta columna del periodista Beto Ortiz: Enséñale a caer. Es sobre un padre joven que no sabe cómo criar a su primer hijo. Denle click.

 
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