jueves, septiembre 03, 2009

El Pozo de los Deseos


Agosto ha terminado ya. Desde el último viernes, Luciana llego del colegio con la idea de escribirle una carta a Santa Rosa de Lima. La idea la tuvo gracias a su profesora, quien le contó que tal santa hacía milagros, era buena y los ratones no le mordían; y a nosotros sí nos muerden, decía Lu en el almuerzo. Es que ella se portaba bien y comía su comida, agregó convenida mi madre.

Lo que recuerdo de Santa Rosa es lo que sigue: alguna vez se castigó a latigazos, cuarenta en total, para sentirse como Cristo antes de ser crucificado. Vivía en un pequeño cuarto de un Convento del centro de la ciudad, que ha sido ambientado para recibir ofrendas económicas de despistados creyentes. Cerca a su cuarto hay un pozo donde, según sigue contando la leyenda, aquel que escriba en clave de carta sus deseos más inalcanzables, con mucha fe, los verá cumplidos en el mediano o corto plazo por milagro de la santa Rosa.

Es un ícono de la cultura religiosa en el Perú, o al menos en Lima. Lo cierto es que en un país llamado Filipinas también la veneran, puede decirse que es su patrona. Según mi viejo, que no iba al Convento hace años, nunca vio tanta gente visitándola como este año (que me animé a ir con él, mi tío y Lu). Era la primera vez que Luciana visitaba el Pozo de los Deseos. Sin su pedido expreso, es decir, si no hubiera jodido los días previos, tal vez ni me animaba a ir. Siempre es curioso acompañar a Luchi en estas incursiones que se le ocurren.

Un día antes, el sábado, ayudé a Luchi a confeccionar su carta, pedilona de más. ¿Qué quieres pedirle?, le pregunté ensimismado. Quiero que cuide a mi familia, me dijo. Mejor algo más, le dije. Pero no sé qué, respondió. Al final quedó así…

"Estimada Santa Rosa si no es mucha molestia vengo a pedirte que cuides a mi familia y a los niños de la calle. Luciana"


El semáforo en rojo nos detuvo. Para mí es difícil asistir entusiasmado a un evento religioso (sí lo hago de curioso, llevado por el morbo antropológico). No entiendo cómo se puede creer tanto en las divinidades, de dónde viene la fe. Si me paso al lado de los descreídos, tampoco podría decir que lo soy totalmente, pues me encomiendo hondamente a Dios en los aviones o cuando le pido un gol más para que la selección peruana no haga un papelón en las Eliminatorias (he llegado a lagrimear al no ver cumplido mi deseo). Sin embargo, Luciana puede mover mis cimientos espirituales y llevarme de la mano sin problemas; como el granito de mostaza que mueve montañas.

El primer error, creo, es pedirle cosas a Dios (o a uno de sus santos ministros). Es infructuoso y conchudo pedirle un auto, un ascenso o la felicidad (ni en minúsculas). Es más real recibir resignadamente lo que él nos envíe desde su justiciero altar, a la izquierda de Jesús; esto sólo si se cree en él. Que lo que Él nos tenga reservado no se condiga con nuestras expectativas confirma la ley de la fatalidad, inherente a la condición humana. Además, quién nos manda a crearnos expectativas.

El segundo error viene con la creencia de que Dios está únicamente en las Iglesias. Cuántos casos de gente que asiste al Templo a dárselas de buena, rezar en profundo silencio y, apenas pisa la calle retorna a sus manías egoístas, mezquinas y poco solidarias con el prójimo que Dios mandó amar. Prójimo mi enemigo, que me conoce y finge no saberme, dijo el poeta. Y qué de la muchedumbre que acude a las Iglesias sólo cuando se celebran efemérides multitudinarias (v.gr. la misa de Gallo o Semana Santa). Eso me cuestionaría como cristiano.

Es más saludable y honesto practicar el amor y la justicia en las calles, con la gente de a pie, la que podemos ver, tocar, ayudar o agradecer. Es liberador creer que los pecados no existen, ni su clasificación en graves o veniales. Y menos lavarse las manos con cierta cantidad de padrenuestros que empaten esos pecados con las oraciones.

Tres bocinazos rápidos me despertaron del “Reino de los Fines” en el que me encontraba volando sin alas, con el sólo soplido de mis convicciones de filósofo de esquina. Y es que había un tráfico espantoso en la avenida Bolivia que me daba para cabecear un rato. Encontramos una cochera para guardar el carro a cinco cuadras del Convento, las cuales tuvimos que caminar tapándonos las narices.

A lo largo de la avenida Tacna había miles de escolares uniformados y en fila esperando la orden del instructor a moverse. Otros, debajo de ropajes típicos de muchas zonas del Perú ultimaban sus coreografías. Había muchos policías y seguridad así que saqué la cámara e hice unas tomas, que hace pocos años no me hubiera atrevido a hacer en ese tugurio de la ciudad. Aunque siempre con cuidado.

Al llegar a la cola para entrar al Convento, que no esperábamos que fuera de tres cuadras (según mi cuestionable alcance visual), mi viejo, en contra del peregrinaje, hizo la criollada más antigua de todas luego de que yo le dije en broma al oído, mientras sujetaba a Luciana, no voy a hacer esa cola, papá cólate(1). Quien sí fue más honesto fue mi tío, él no se dio cuenta de lo que hizo mi viejo y caminó varias cuadras para hacer su cola y esperar su justo turno de ingreso. Puesto a elegir entre Dios y el Diablo, elegí el segundo y me colé junto a mi padre. Lamentablemente, perdimos a mi tío en esa reprochable acción, que se hizo más fácil con Luciana a mi costado. Es diferente colarse agarrado de un niño que hacerlo sin él (comprendí lo que sintió Billy Zane en Titanic cuando, para salvar su pellejo, coge a un niño y sube a un bote aduciendo que es su padre: en evidente manoseo a la inocencia).

El asunto es que entramos antes de lo esperado. Una vez adentro pasamos por la casita de Santa Rosa que, como ya dije, ha sido ambientada para recibir monedas para, supongo, el mantenimiento de esta estructura. Luego, mientras mi viejo nos guardaba la cola malhadada, fui con Luchi para unas fotos en la estatua de Santa Rosa y en la Cruz. Salió con rostro asustado. Le conté que cuando niño hice mi carta le pedí cosas tan estúpidas como: Quiero sacarme buenas notas o quiero ingresar a la Universidad. Ella se rió de mí.

Una vez cerca al Pozo de los Deseos, Luciana abrió su cartera con gran toque femenino, extrajo de ella el papiro que contenía sus reclamos, empino hacia la oscuridad del hueco, observó su profundidad y, como quien suelta una paloma mensajera, dejó volar sus deseos a las tinieblas del pozo.

De no olvidar sus pedidos, le podrá reclamar en el futuro las cosas a Dios.

____________________________

(1) Acto desleal de origen aprioristicamente limeño que consiste en adelantar en la cola tantos espacios como sea posible al último de la fila que, posiblemente, no dará cuenta de haber sido timado. Eso sí, el reclamo de los que quedaron atrás no se hará esperar.

PD. Quien quiera recomendar bibliografía religiosa o filosófica acerca de la Trascendencia será bienvenid@ con fervor santarosino.

 
Clicky Web Analytics